A cien años de su nacimiento
Los orígenes: en el principio fue Rocha
Gladys Braulia Castelvecchi González nació en Rocha, el 26 de noviembre de 1922. Fue la octava hija de Braulia González y de Juan José Castelvecchi, un empleado municipal de la intendencia de Rocha.
La poeta heredó de su madre cierta audacia que la distinguió. En conversación con Vanina Arregui, destacó que su abuela tuvo tres hijos naturales a los que crió sola, luego conoció a quien sería el padre de nueve hijos más. Juan José y Braulia se casaron cuando Gladys tenía siete años, lo que deja en evidencia la libertad con la que esta pareja se permitió vivir.
Doña Braulia, una mujer de carácter fuerte, se preocupó de que todas sus hijas tuvieran una profesión u oficio del que valerse. En un fragmento del poema «Carteando», publicado en Calendarios (1985), así la recuerda su hija:
«Y en usted había algo / como de agua en cántaro, / como de tierra impregnada, / como de hoja silvestre con un secreto adentro, / como de india, vamos. / Siempre me he preguntado / cuántos indios habría sostenido su sangre. / A canoa por sus venas, jadeando, y por las mías, / anda un indio, me juego».
En entrevista con Alfredo Alzugarat (2004), la poeta completa el retrato de Doña Braulia y agrega otros datos de su origen:
«Mi madre era morena como yo, mujer firme y luchadora. De ella no recibí ni una caricia, ni un beso, con doce hijos para criar era una mujer entregada por completo a las tareas domésticas, no tenía tiempo para otra forma de ternura. Yo comprendí esto muchos años después, cuando escribí el poema “Carteando”, que comienza diciendo Señora la mi madre / doña Braulia González. La ascendencia indígena viene por una amiga mía que compró un cuadro de Gauguin, de los del ciclo de Tahití, y se le ocurrió que una mujer retratada allí se parecía a mi madre. Yo estuve de acuerdo y me pareció exquisitamente romántico tener algo de indio, así que me apropié de la idea. Lo que en otros de mi familia hubiera resultado vergonzoso, yo me atreví a decirlo como si fuera cierto».
Gladys cursó primaria en la escuela n.° 2 José Pedro Varela de Rocha y realizó sus estudios de secunaria en el Liceo Departamental. En la misma ciudad hizo sus estudios de magisterio y en 1945 se instaló en Montevideo, donde se integró a la Sección de Agregaturas de Enseñanza Secundaria. Fue así que se formó como profesora de Literatura bajo las enseñanzas, sobre todo, de Roberto Ibáñez. El gusto por las letras y la lectura venía desde su infancia. Su padre era funcionario de la Intendencia de Rocha y a través de él podía acceder a los libros de la biblioteca municipal. José Castelvecchi fue un gran lector, sobre todo, de textos clásicos. Braulia también era lectora, pero de novelas románticas francesas.
José Castelvecchi sufrió el vacío de su familia como consecuencia de la relación con una mujer poco convencional para los estándares conservadores de principios de siglo. La poeta recuerda a su padre en el poema «Por un camino de escarcha», texto que abre su primer libro:
«Por un camino de escarcha / por la escarcha de un camino / justamente a medio tramo / entre la tierra y el cielo / por un camino de escarcha / con mi padre de la mano / con mi infancia de su mano. // Me explicaba tantas cosas / de cómo florece el agua / con solo agitar los dedos / o que la sombra del árbol / es el bosque de los peces / o cómo aparece el sol / por sobre el ala de un pájaro».
«Mi padre era de origen italiano. Según él, los Castelvecchio eran fundadores nada menos que de Siena y de Luca, en el corazón de la Lombardía, pero a mí eso es algo que ni me va ni me viene, de Adán y Eva en adelante ya nada de eso me importa (Ríe.) Era un hombre muy culto pero neurasténico a causa de su diabetes congénita» (Alzugarat, 2004).
Nuevos rumbos: Montevideo y Flores
En la capital, por intermedio de José Luis Tola Invernizzi, novio de su hermana Mirtha, conoció a Mario Arregui, con quien se casó en 1947. De esa unión nacieron cuatro hijos: José Martín, que heredó los nombres de sus abuelos, Alejandro, Vanina y Román. La pareja alternó su vida entre Montevideo y la estancia que Arregui tenía en el departamento de Flores, de donde era oriunda su familia. Allí recibieron a varios amigos, entre ellos a otros integrantes de la generación del 45: José Pedro Díaz, Amanda Berenguer, Maneco Flores Mora, María Zulema Silva Vila.
En el Diario de José Pedro Díaz hay varias referencias a visitas y encuentros, sobre todo en Montevideo, con el matrimonio amigo. Hay una entrada en el diario, el 15 de enero de 1948, en la que José Pedro relata su estadía en la estancia:
«Desde ayer a mediodía, en la estancia de Mario. Estas anotaciones me resultarán solo suficientes para dejar comprometida la memoria en el recuerdo, no para sustituirlo. Viajamos ayer desde las 4 hasta las 11 de la mañana. Sentí el campo, el caballo, mi torpeza de jinete, mi autoridad de hombre. Siento que se me crece el hombre aquí en la estancia. Nada de lo que pudiera describir: un potrero, el ganado, un caballo elegido para un chambón; nada podía hacer explicable por sí, la plenitud que yo experimento, y que me obligó hoy a levantarme solo –Minye, Mario, Gladys, Chacha y Maneco, están durmiendo todavía– para experimentar este aire fresco, el increíble canto de los pájaros, el mate, leyendo Borges y obligándome por ello, al escribir estas líneas, a repetir sus abundantes series enumerativas» (2011, p. 118).
En 1950, cuando Amanda y José Pedro se encontraban de viaje por Europa, Arregui les escribió con frecuencia. En una carta de abril de ese año, Mario responde a la correspondencia que recibió desde París. En la segunda hoja, Gladys escribe a Amanda (Minye) y le cuenta sobre su hijo de un año, su segundo embarazo (esperaban a Andrea y nació Alejandro) y le comenta lo tonto que resulta enviarles noticias porque «nosotros seguimos en la más rotunda cotidianeidad mientras ustedes participan de lo fantástico [...] Tengo curiosidad por saber si han extrañado el cielo nocturno y las constelaciones; miraba anoche la Cruz del Sur y no puedo concebir el cielo sin ella».
Entre los documentos y recuerdos que conserva la familia de Gladys, se encuentra la transcripción que ella hizo de un diálogo entre sus hijos Martín y Alejandro. El texto está fechado en noviembre de 1956 y al comienzo se aclara que es una «conversación absolutamente textual», allí podremos leer las consideraciones de sus hijos sobre el futuro, la vida y la muerte. En otro manuscrito, nos encontramos con este poema dedicado a su hija Vanina:
Para Vanina
(Una historia y un consejo con el amor de Mamita)
Compra tres nueces bien gordas
y haz con ellas seis barquitos.
Mándalos luego a pasear,
por no importa cuántos años.
Pero pídeles que vuelvan
y cuando vuelvan que traigan
todo lo que necesitas
para hacer linda una vida:
la salud de una manzana,
un corazón con amor,
tres barriles de alegría,
las lágrimas que hagan falta,
ojos para ver lo lindo
¡y no olvides la esperanza!
El primer libro
En 1965, Gladys se separó de Mario Arregui y en diciembre de ese año publicó su primer poemario No más cierto que el sueño en la editorial Alfa. Esta fecha de publicación ha hecho que, atendiendo exclusivamente al dato cronológico de su nacimiento, se la ubique como una integrante tardía de la Generación del 45. Sin embargo, si observamos los rasgos de su escritura, este primer libro en el que se advierte una herencia machadiana, es más cercano a los escritores que participaron de la Generación del 60, con algunos de ellos entabló una amistad, como es el caso de Jorge Arbeleche y Salvador Puig.
En 1969, Alejandro Paternain escribió para el número 39 de Capítulo Oriental dedicado a «Los nuevos poetas» y la ubica allí junto a Saúl Ibargoyen, Nancy Bacelo, Ruben Yacovsky, Jorge Medina Vidal, Washington Benavides, Circe Maia, Marosa di Giorgio, Walter Ortiz y Ayala, Enrique Estrázulas, Enrique Fierro, Roberto Echavarren, Cristina Carneiro, Hugo Achugar, entre otros. Paternain la caracteriza por «la voz recatada». El crítico encuentra una gran variedad entre estos escritores y halla como único elemento en común que «ninguno de ellos canta la fiesta de la vida» (p. 610).
Conclusiones
I
Es cierta esta ceniza quejumbrosa
que han dejado los sueños.
No más cierta que el sueño.
Es otro sueño.
II
No hay afuera después antes ni entonces.
Se sueña el amor y la ceniza
que también es soñar
pensar la nada.
«Corrientemente me incluyen en la Generación del 45. Cronológicamente por mi edad, puede corresponder (no puede corresponder, corresponde) pero por mi escritura, entiendo que de ninguna manera, porque publiqué en el 65 un libro de poesía; entre ese libro y lo que después escribí median dieciocho años, y lo que realmente me importa haber escrito es eso que viene después de dieciocho años. De modo que para mí empiezo a nacer al intento de escribir a partir de 1983. Es decir, muy lejos de la Generación del 45. A la Generación del 45 estoy unida por lazos de afecto, por lazos de reuniones en el café Metro, por estar casada con Mario [Arregui], desde luego, pero en esa época yo no cortaba ni pinchaba literariamente, salvo porque era profesora y porque tenía muy buen, muy buen olfato. Pero era la novia de Mario, la mujer de Mario, la amiga de Maggi, la amiga de Maneco Flores, de toda esa barrita. Pero para mí, es un problema del que me desentiendo» (en Lago, 2001, p. 41).
Con estas palabras respondía a Graciela Recioy Bagdadlian cuando la interrogó sobre su pertenencia a alguna generación o promoción literaria.
Penal de Punta de Rieles, 1976-1979
Castelvecchi signó su actividad gremial con un fuerte compromiso político: estaba afiliada al Partido Comunista y fue designada por la gremial de profesores como portavoz contra la primera Ley de Educación promovida por Julio María Sanguinetti en 1970. El 28 de diciembre de 1976 fue detenida por las Fuerzas Conjuntas, previamente ya había sido destituida de sus clases en Secundaria. Así recuerda esas circunstancias:
«Un día golpearon la puerta a las siete de la mañana. Estaba durmiendo conmigo mi nieto mayor que tenía dos años (adoraba estar conmigo y yo con él). Llamaron a la puerta y pensé que era un trámite hogareño. Me puse un salto de cama rosado muy “mono” que había traído de España, finísmo realmente, abrí la puerta y estaban tres “tipos”. Estaban los tres vestidos con unos trajecitos color cocoa horrendos, que a mí me parecieron de una empresa. Uno se apoyó en el vano de la puerta, sacó una cosa y me dijo: “Fuerzas Conjuntas, Señora”. “Ah, pasen”. Yo erizada. Revisaron la biblioteca. “¿Qué encontraste?”. “Puro ruserío: Chéjov, un Dosto-Dosto-ievsky”. “Mire, Dostoievsky murió antes de la revolución soviética, Señor”. “Cállese la boca”. Bueno, y ahí ya me llevaron presa» (en Lago, 2001, p. 51).
Con más de cincuenta años, la cárcel fue una dura experiencia: la privación de libertad, la restricción del contacto con los suyos, pero al mismo tiempo también fue un lugar de resistencia y afirmación. Son varios los relatos de presas y presos políticos que dan cuenta de las estrategias que desplegó para confrontar y sobreponerse al encierro, desde compartir textos e improvisadas clases de Literatura hasta confeccionar artesanías para sus hijos y nietos.
«Hacer manualidades como ese tapiz que tienes en la pared, que era de un lienzo muy finito; yo que jamás había bordado, fui haciéndolo punto a punto con hilitos que me mandaban mis hijos de afuera. Fui haciendo ese [señalando] y ese otro, y fui haciendo cuatro o cinco más. Chapete [un muñeco de trapo] fue lo primero que hice para mi nieto mayor, al que todas las compañeras usaban de hijo de noche. De mañana yo preguntaba: “¿Dónde está mi hijo?”. De noche, todas dormían con él, y todas las cartas hablaban de eso. Así que en la cárcel nunca pensé escribir, ni se me pasó por la cabeza» (en Lago, 2001, p. 54).
Las artesanías que confeccionó en la cárcel, como el dije dedicado a su hija Vanina -pieza que pulió y en la que grabó el nombre a partir de un hueso que le había sobrado de la comida- y el tapiz que aquí reproducimos son, de alguna manera, el triunfo de la creación frente al encierro. Su formación en Literatura ofició como rica cantera para compartir su conocimiento con otros presos y ser recordada por sus compañeros como un importante pilar en esos tiempos difíciles. En el documental Camino a casa (Oscar Estévez, 2022), en el que Carlos Caballero testimonia su tiempo en la cárcel y el exilio, el actor Iván Solarich recuerda el magisterio que ejerció Gladys en la cárcel.
La fe en la poesía
En 1983 publicó su segundo libro, Fe de remo, es decir, dieciocho años después de No más cierto que el sueño (1965). En este poemario Gladys Castelvecchi recurrió a la Biblia para expresar, de manera cifrada, aquellos sentimientos de rabia y frustración que muchos uruguayos compartían en los duros años de la dictadura.
El origen del poemario se halla en un texto que escribió como obsequio para Enrique Estrázulas. A partir de esa cálida recepción -a diferencia de lo que sucedió con No más cierto que el sueño y el comentario que en su momento le hiciera Tola Invernizzi- decidió emprender el proyecto del libro.
«Yo sentía una gran indignación pero no sabía qué podía hacer frente a tanta injusticia. Quería hacer un libro contra la dictadura pero era el año 1983 y aún estábamos en ella. La verdadera intención la saqué de la Biblia, del Antiguo Testamento. Un libro de la edad de hierro, un libro espantoso, con ese Yahvé, Jehová o Adonai, que quiso matar a su hijo para reconciliarlo con la humanidad, a la que él mismo había castigado... Todo empezó como un juego. Venía el cumpleaños de Enrique Estrázulas y entonces escribí de un tirón, “Jacob, poeta maldito”, donde Dios le pide a Jacob que le rescate la manzana con que la serpiente tentó a Eva, que es por donde empezó todo. A los poetas se les encarga nada menos que esa misión: rescatar. Se lo llevé como regalo de cumpleaños. Lo encontró maravilloso y se lo envió a Onetti. Yo me quedé impresionada porque no me había costado nada hacerlo. De pronto me di cuenta que por ahí podía venir la forma de expresar mi indignación sin hacer un libro de protesta clásico. Saqué versículos, los puse como epígrafes, y me puse a pensar en la encrucijada en que se había metido Dios. Porque él era el dueño del tiempo, del infinito, pero cuando castigó a Adán y a Eva creó otro tiempo, un tiempo que pertenecía a los hombres y no a él. Partiendo de esa idea empecé a escribir» (Alzugarat, 2004).
En el año 1986, Ediciones de la Banda Oriental reeditó Fe de remo y, como se explica en la nota de prensa que forma parte de esta exposición, la primera edición fue muy bien recibida. Pareciera que la escritora encontró una vía de comunicación efectiva y que el primer entusiasmo de Estrázulas y de Onetti se propagó al punto de que esa primera publicación fue vendida antes de haber salido de imprenta. Tanto Vanina Arregui como Jorge Arbeleche coinciden en que este fue el poemario que más orgullo provocó en su autora.
La presentación de la segunda edición contó con la presencia de varias figuras del ámbito cultural, como Washington Carrasco y Cristina Fernández, conocidos por la musicalización de varios textos literarios, y dos destacadas críticas literarias: Graciela Mántaras y Rosario Peyrou. A propósito de este libro, escribió Peyrou (1993):
«En los últimos tiempos de la dictadura, Fe de remo (1983) sorprendió a críticos y lectores por la fuerza expresiva y el vuelo lírico con que enfrentaba la experiencia personal y colectiva desde una audaz interrogación del Antiguo Testamento. Porque en la poesía de Castelvecchi lo íntimo y lo colectivo no pueden separarse, y si elude pudorosamente el confesionalismo para desembocar en una irónica y piadosa visión de la condición humana, sus textos tienen el vigor y la autenticidad de lo vivido. "Es bueno hacer pacto con las semillas: dan árboles", escribió en la contratapa de Fe de remo».
Su regreso a la escritura fue rotundo y este fue, en sus propias palabras, el libro que hizo a conciencia, porque para ella «la creación es un misterio absoluto». Describió su proceso creativo como un acto involuntario, que surgió como una consecuencia vital, pero también hay una etapa del proceso que se identifca con la elaboración, es el tiempo de la modificación, la corrección y la atención a la musicalidad, en el que se destaca su sentido auditivo para la palabra sonora.
«Se da una circunstancia equis y diez minutos después puedo estar escribiendo un poema, que no sé si es un poema, después parece que es un poema. Pero surgió naturalemente como esa semilla que brota y con la que no sé qué hacer» (en Lago, 2008, p. 42).
Jorge Arbeleche, poeta y amigo de Gladys, la recuerda como una poeta generosa. En conversación con él, evoca un episodio que se dio en una de sus tantas charlas telefónicas en las que leían poesía. En ese momento, él trabajaba sobre el poema «A Federico» y Gladys encontró que un verso flaqueaba en el uso de una palabra que resultaba demasiado cotidiana, ella no ocultó su parecer e hizo más, unos pocos días después lo llamó y le regaló la palabra justa: «algarada».
La relación de Castelvecchi con otros artistas dejó su marca en el acervo cultural nacional, muestra de ello es la musicalización que Andrés Stagnaro hizo del poema «Físicas», del disco Mujeres en mi voz (2011), y la canción «Oigo llegar a Gladys», compuesta por Enrique Estrázulas y Juan Peyrou: «Gladys, tu nombre inseparablemente / por mis huesos repite una plegaria. / Tu memorable vida entre la gente, / tu vida por vivir es la que canta» (minuto 25:13).
En 1984 publicó Ejercicios de castellano, un poemario que abreva en la mejor tradición de la lírica hispana: desde el Cid hasta León Felipe. En el libro, toma como punto de partida fragmentos de El Lazarillo y El Quijote o versos de Quevedo y Machado para rimar, con ingenio y conocimiento, el mejor acervo de la literatura castellana. El libro está dedicado «A nuestros alumnos, los que nos tocaron en suerte a mí y a mis compañeros de comprometida enseñanza. Por la solidaridad, el esfuerzo y la conciencia que nos unió en tiempos difíciles. Por la alegría de que aquella firmeza, nos permita reencontrarnos hoy con acrecentada amistad».
«Ejercicios de castellano fue casi una broma. Me llama mi hija un día y me dice: “¿Te acuerdas que mañana tu hija cumple años?”. Yo le dije: “¿Qué hija?”. Y le escribí un poema que es de Sanchica y está dedicado para Vanina Arregui. Se lo escribí y se lo llevé, temblando. “A ver qué le parece a Vanina que es tan crítica”. Lo leyó y me dijo: “Te pasaste, mamá”. Pero para llegar a su casa son cuarenta cuadras en línea recta, no hay ómnibus que me lleve y me traiga. Iba caminando y por el camino pensé: “Si yo tomara la poesía castellana desde que surge, desde El Cid que es lo primero que tenemos, tendría que considerar la métrica, la rima, el modo de hablar, y terminara en los últimos, ir paseando por todos... No. Estoy loca. Cómo se va a poder hacer semejante cosa. Eso es imposible”. Todo un monólogo interior. Me acuerdo claramente que dije: “Bueno, pero si lo hiciera lo llamaría Ejercicios de castellano, y lo dedicaría así: A mis alumnos, los que nos tocaron en suerte a mí y a mis compañeros (textual), y a mis compañeros de comprometida enseñanza por el valor. Primavera de 1984” (en Lago, 2001, pp. 55-56).
Con la reapertura democrática, en 1985, Castelvecchi retornó a sus clases de Literatura en Educación Secundaria, fue una gran alegría para quien se dedicó, con tanto compromiso y durante tantos años, a la docencia. Por esos años, dio a conocer dos libros más Calendarios (1985) y Animal variable (bocetos) (1987), lo que habla de una obra muy prolífica y del hallazgo de una importante forma de expresión.
En un artículo publicado en el semanario Brecha, pocos meses después de que se editó Animal variable, decía Luis Bravo: «Este delgado pero enjundioso poemario (27 textos) tiene varias virtudes: primero, demuestra el ahondamiento al que su lenguaje puede aspirar; segundo, la de concentrarse en un tema al que le sobran dificultades como ser el de la identidad intransferible que cada cuerpo supone en tanto materia insondable, en sus orígenes y consecuencias; tercero, realizar este abordaje sin pretender agotarlo. Así lo expresa el subtítulo "bocetos", que refiere humildad frente a un análisis apasionante cuyo ejemplo podría ser el paciente acopio de bosquejos que el mismísimo Leonardo Da Vinci hiciera caracterizando el comportamiento anatómico. "Variable cuerpo / animalito mío" dice la poeta develando la metáfora del título. El cuerpo como eje reflexivo gira arrojando múltiples asedios poéticos. Partimos de la hembra matriz: "como nadie, como nunca, se abre / una mujer y pare"» (Brecha, 29.I.1988).
«Le tengo mucho cariño a Animal variable, creo que es un libro singular. Tengo la impresión de que es un libro no frecuente, de mucha fuerza, y además me atrevo a decir cosas que no es frecuente que una mujer diga. Le tengo mucho cariño a Claroscuro, que salió también de golpe y me gusta mucho [...] En Calendarios está el poema de mamá, está el poema para mi primer hijito. Sí, yo lo quiero a Calendarios también» (en Lago, 2001, pp. 55-56).
En 1989 participó, junto a Wilfredo Penco y Arturo Sergio Visca, de un homenaje a Francisco Espínola organizado por el Instituto del Libro en el centenario de su nacimiento, así la recuerda Penco:
La recuerdo desde ese tiempo y en años posteriores en reuniones públicas o en otras más reducidas, erguida frente a los demás, enfática y sentenciosa en el decir, casi desafiante, con un empuje colmado de cierto sentido de lo heroico, amparada por el notable esfuerzo de sobreponerse a desgracias y sufrimientos, y a la vez ofreciendo gestos de dulzura y cordialidad mientras daba cuenta de una experiencia en el fondo paradójica que buscaba en la literatura, como expresión de vida, su auténtica forma de sublimación.
No tuve con ella la amistad cercana y frecuente que sí, en cambio, compartí con su exmarido Mario Arregui. Tampoco la leí con la misma consecuencia y profundidad que otros contemporáneos dedicaron a su poesía. Pero siempre le manifesté respeto y estima, consideraciones que supo ganarse con entereza y perseverancia. Por eso la evoco ahora en esta sucinta imagen que la memoria rescata y construye con invariable simpatía. Su vida y su obra se lo merecen».
Desde su primer número, editado el 11 de octubre de 1985, Castelvecchi participó del plantel estable del semanario Brecha. En esa primera entrega escribió una semblanza sobre el poeta Juan Cunha, que había fallecido pocos días antes. Redactó artículos e hizo reportajes sobre temas de cultura nacional y se encargó de rescatar la memoria del reciente trauma que había sido la experiencia de la cárcel. En el artículo «La resistencia por la alegría», repasa junto a otras compañeras del penal cómo se las ingeniaron para sortear la experiencia de la cárcel: las artesanías que hacían para sus hijos y nietos, la solidaridad que se despertó en ese grupo de mujeres desconocidas hasta ese momento, la lucha y el compromiso indeclinables, pero también las bromas (las cien recetas para cocinar con «pan y cualquier cosa», los apodos que les ponían a las guardias), entre otras anécdotas que muestran su fortaleza y vitalidad, incluso en las situaciones más adversas.
En la década del noventa publicó dos poemarios Claroscuro (1993) y Por costumbre (1995), el último que publicaría en vida. Aquella obra madura que se abrió con Fe de remo (1983) se cerraba once años más tarde, en un ejemplo de producción y concentración muy originales en nuestra poesía. Una década en la que, al decir de Luis Bravo, «se revelan el fruto de un trabajo hecho a conciencia, con pasión y esmero. ¿Castelvecchi?, sí, habrá que calar hondo en su lúcido vigor pensante».
En 1996 la escritora vivió un duro golpe, la muerte de su hijo Martín. Recordemos que décadas antes ya había perdido a su hijo Román, cuando era un adolescente. El duelo y el dolor la afectaron mucho, pero fue la literatura quien acudió en ayuda una vez más. Fue gracias a la recomendación de lectura que le hizo su hermana de El Evangelio según Jesucristo (1991) que la poeta encontró algo de consuelo y de cercanía con el escritor portugués, por una misma forma de entender a Dios y la existencia humana. Fue así que se decidió a escribir y enviar un ejemplar de Fe de remo a José Saramago. Pocas semanas después, desde Lisboa, llegaba la respuesta:
«Pasaron días y todavía no estoy repuesto de la emoción que me ha producido tu carta [...] Si tengo algún orgullo, ese es: el escritor no mató en mí el hombre. Tu carta la abrió y la leyó el escritor, las lágrimas al final las lloraba el hombre, agradecido al escritor y así nos quedamos los dos. O los tres, porque a esa altura mi mujer estaba emocionada igual que yo.
Lo que me cuentas, Gladys, la muerte de tu hijo, el sillón blanco, el reloj en la muñeca, tus convicciones políticas (que son también las mías), tus bellísimos poemas, la vida que murmura en cada palabra de tu poesía y de tu carta (poesía ella misma), esa honda tristeza tuya que a pesar de todo no ha logrado borrar la esperanza de tu corazón, de tu cerebro, de tu sangre, donde sea, y lo que no puede decirse en palabras, ha sido para mí como una otra "dimensión" que hubieras acrecentado al ser que soy. Como si por el hecho de haberte leído encontrara más justificada mi propia existencia. Así son las cosas».
Rosario Peyrou fue una gran amiga de Gladys, presentó sus libros, escribió artículos sobre ella. Así la recuerda hoy, en este retrato que destaca su original voz poética, su vocación docente y la relación que entabló con otras figuras de la cultura iberoamericana:
Pero también hay una Gladys luminosa: la profesora de literatura, hipnotizadora de su auditorio, inolvidable para varias generaciones de estudiantes; la rápida, aguda, irónica replicante, temible en su destreza de esgrimista intelectual; la militante gremial y política que sufrió cárcel y allí mostró toda la valentía de que era capaz, querida y respetada por sus compañeras; la cultivadora de toda clase de semillas y plantas, "la mano verde"; la que amaba los objetos aparentemente insignificantes que le dan sentido a la vida. Fue además una gran seductora, de cerca y de lejos: una vez le escribió a José Saramago para agradecerle la sonrisa que le despertó una página suya, cuando hacía mucho tiempo, desde la muerte de Martín, que no sonreía. A vuelta de correo Saramago le envió una larga carta y todos sus libros. Siguieron escribiéndose durante mucho tiempo. A fines de los años noventa, Gladys estuvo en México, donde conversó en una sola ocasión con la viuda de su admirado Juan Rulfo. En 2007 recibió una llamada de esa mujer que la había estado buscando durante mucho tiempo. Y a esa llamada siguieron otras, acortando distancias».
En julio de 2001, varias poetas uruguayas participaron del festival de poesía «Naranja en llamas» realizado en Salto: Circe Maia, Marosa di Giorgio, Idea Vilariño y Gladys Castelvecchi dieron testimonio sobre su obra y el misterio que hace a la creación poética.
A comienzos de la década del 2000, Castelvecchi concedió dos entrevistas importantes, en las que repasó su vida y su obra, dio varias pistas para entender y leer su poesía y reflexionó sobre las experiencias que la marcaron de por vida. El primero de estos reportajes es «Los sustratos del poder: entre el adentro inviolable y la conciencia del remo», de Graciela Recioy Bagdadlian, y el segundo «Yo solo creo en mis sueños», de Alfredo Alzugarat.
Son muchas las antologías de poesía hispanoamericana que incluyen la obra de Gladys Castelvecchi: Poesía rebelde uruguaya (1971), Mujeres. Las mejores poetas uruguayas del siglo XX (1993), Poesía rochense hoy (1992), Breve muestra de poesía contemporánea del Río de la Plata (1995), Voces femeninas en la poesía de Uruguay (1999). A su vez, en el volumen La palabra entre nosotras (2005) Sylvia Lago estudió un poema del libro Animal variable en su trabajo «El cuerpo femenino como "territorio del suplicio" en un poema de Gladys Castelvecchi».
Pocos meses después de la muerte de Gladys Castelvecchi, ocurrida el 28 de mayo de 2008, Rosario Peyrou recordó la importancia de su poesía y repasa su obra en el artículo «Entre la luz y la sombra», publicado en El País Cultural. La misma crítica literaria, escribió las siguientes palabras para publicar en esta exposición, con varias anécdotas que ilustran distintas facetas de la personalidad de su amiga
Dos años después de su muerte, su hija Vanina Arregui publicó Algunos apuntes (2010), que recoge los poemas en los que su madre había estado trabajando y ordenando en los últimos años de su vida. Que su rescate y la publicación de esta exposición, en el centenario de su nacimiento, sean la invitación para reecontrarnos con su obra, valiosa, lúcida y rigurosa, para que no naufrague en el olvido y sigamos la huella que la estela de su remo ha dejado en el mar de nuestra poesía.
Equipo de trabajo:
- Texto, investigación y edición digital: Vanesa Artasánchez, Alejandra Dopico y Néstor Sanguinetti
- Fotografía: Graciela Guffanti
Agradecemos a:
- Vanina Arregui, por los documentos y fotografías que conserva en su archivo personal,
- Rosario Peyrou, Jorge Arbeleche y Wilfredo Penco, por los textos y testimonios que brindaron para esta exposición,
- Néstor Sabattino, por los documentos referidos a los años de Gladys en Rocha,
- Alfredo Alzugarat, por los datos aportados sobre las colecciones Mario Arregui y José Pedro Díaz del archivo literario de la BNU,
- Oscar Estévez, por ceder el fragmento del documental Camino a casa (2022) en el que se hace referencia a Gladys.
Acceder a la obra completa de Gladys Castelvecchi en Anáforas (investigación y realización de María Clara Fernández).
Bibliografía
AA.VV. (1993). Mujeres. Las mejores poetas uruguayas del siglo XX. Selección e introducción para Gladys Castelvecchi: Juan Francisco Costa. Ministerio de Educación y Cultura.
AA.VV. (2001). Antología poética de mujeres hispanoamericanas. Selección y prólogo Idea Vilariño. Ediciones de la Banda Oriental.
AA.VV. (2001). Memorias para armar. Editorial Senda.
Alzugarat, Alfredo. (2004) «Yo solo creo en mis sueños», en El País Cultural, 27.VIII.2004, n.° 773, p. 5.
— (2007). Trincheras de papel. Dictadura y literatura carcelaria en el Uruguay. Trilce.
Bravo, Luis. (2012) Voz y palabra. Historia transversal de la poesía uruguaya 1950-1973. Estuario.
Castelvecchi, Gladys. «Tres poemas», en Marcha 4.XI.1966, n.° 1291.
Colección «José Pedro Díaz», Archivo Literario de la Biblioteca Nacional Uruguay.
Estévez, Oscar. (2022). Fragmento de Camino a casa [video de YouTube].
Fernández, María Clara. (s/f). Investigación y realización de la entrada correspondiente a Gladys Castelvecchi en la Biblioteca Digital de Autores Uruguayos de Anáforas. Facultad de Información y Comunicación, Universidad de la República.
Iguiniz, Mathías. (2022). «Ejercicios de rabdomancia. Gladys Castelvecchi en su centenario», en Brecha 25.XI.2022.
Lago, Sylvia. (2001). Ocho escritores uruguayos de la resistencia. Universidad de la República.
Oreggioni, Alberto. (1987). Diccionario de la Literatura uruguaya. Editorial Arca.
Peyrou, Rosario. (1993). «Elogio de la sombra», en El País Cultural, 24.XII.1993, n.° 216, p. 8.
— (2008). «Entre la luz y la sombra», El País Cultural, 5.IX.2008, n.° 982, pp. 6-7.
Pickenhayn, Jorge Oscar. (1999). Voces femeninas en la poesía de Uruguay. Plus Ultra.