Poesía topológica

Presentación del libro La botella verde de Amanda Berenguer (1995)

Daniel Gil

 

Confieso que mi lugar aquí me resulta totalmente familiar y absolutamente extraño. Familiar porque Amanda y José Pedro (los tengo tan unidos dentro mío que me es imposible no mencionarlos juntos), son parte de mi entorno más entrañable y probablemente sea yo aquí uno de sus más viejos conocido .Pero, al mismo tiempo, extraño, porque, ¿a partir de qué lugar puedo yo hablar?


Desde ya no voy a cometer la irreverencia ni la soberbia de hacer un análisis de Amanda ni siquiera de su texto. Lo que sí espero es transmitir pobremente cómo ésta serie de poemas me interpelan a mí, en tanto psicoanalista.

Comenzaré con una pregunta que no me parece ociosa: ¿Por qué una poeta se interesa, y no por primera vez, en la topología? Y responderé que tal vez lo hace por misma necesidad y el mismo derecho que uno de los más grandes físicos actuales, René Thom, recurre a la fantasía para abordar nuevos campos de la física, la biología, la lingüística.
Permítaseme ahorrar explicaciones, con una formidable cita de Thom, en la que sostiene que en realidad son pocos los fenómenos físicos que dependen de leyes expresables matemáticamente de manera simple: la electricidad, la luz y la gravedad, y agrega que la ciencia se encuentra ante el desafío del azar, de la descripción de las catástrofes generalizadas que rompen las simetrías, de formalizar lo informalizable. Para ello más que técnicas standard se deberá construir un arte de modelos, y que estos modelos sean cuantitativos es sólo una esperanza: “No es carente de cierta mala conciencia que un matemático se decide abordar temas aparentemente tan alejados de sus preocupaciones habituales. Gran parte de mis afirmaciones es fruto de la pura especulación; sin duda se las podrá tratar de ensoñaciones. Acepto el calificativo; en el momento en que tantos sabios en todo el mundo calculan, ¿no será deseable que algunos que lo puedan, sueñen”. Y Thom, justamente, recurre a la geometría para dar cuenta de los procesos discontinuos, aquellos en los cuales la sensibilidad estética de los investigadores es imprescindible para su formalización.

Y si los matemáticos no pueden prescindir de la ensoñación, del sentido estético, de la poesía, ¿por qué un poeta no va a poder, con similares credenciales, recurrir a las matemáticas para elaborar una experiencia estética? Desde luego que sí, pero creo que al hacerlo recorre un camino diferente .Si el matemático va del sentimiento estético a la formalización geométrica (el caso de Thom), el poeta encuentra en la formalización el sustrato para elaborar plásticamente, con líneas, colores o palabras, su experiencia estética y vital. En este sentido creo que la labor de Amanda se emparenta con la de Escher, pero en Amanda no se trata del juego de recorrer de distintas maneras y por distintos seres la cinta de Moebius sino de mostrarnos un mundo familiar en espacios completamente nuevos. O mejor, Amanda sino que nos instala en sitios de una experiencia inédita .Establezco así la diferencia no crea o recrea los lugares de lo cotidiano sustancial entre locus y situs, perteneciendo el primero al campo del mundo, de lo imaginario, y el segundo a un universo simbólico donde descubrimos la presencia inquietante de lo real en el seno mismo de la cotidianeidad.

Intentaré explicarme desde el propio texto de Amanda. El libro comienza con una descripción de un objeto tan banal y cotidiano como una botella, pero e aquí que esa botella pasa a ser habitada, y esto no es ninguna rareza, se trata , como ella nos dice, de una “experiencia vital más común de lo que parece”. Luego es la botella sobre una mesa cubierta con un mantel, dentro de la botella Amanda sentada mirando un mundo(digo un mundo y no el mundo).Con un solo ojo de pez las cosas del mundo la miran a ella sentada en una silla y la mesa, (¿cuál?) cubierta por un mantel (¿cuál?).Ya aquí lo familiar comienza a adquirir una inquietante extrañeza (unheimlich). En el interior de la botella, que ya no es la misma, los habitantes tampoco son los mismos, la luz los confunde y creen que son todos de un mismo parecer (el comedor). En el poema la mesa el crescendo sigue: los ojos se hacen despavoridos contra el vidrio, para que, a continuación, en el guante, se desenmascare el engaño de toda imagen especularizada: sólo por un equívoco puedo yo identificarme con esa imagen que aparece en el espejo, ya que, en realidad, sólo soy idéntico a ella si me doy vuelta como un guante.


Pero la botella es como el cuerpo: una amplia superficie de escritura “donde escribo y me escribo”, como nos dice en la envoltura y la carta.

En las lianas y la boa el espacio se hace agobiante, engullente, devorante, propio del mundo grotesco, en sentido bajtiniano.

El mundo de la botella se tropicaliza en el filodendro, planta-caballo, nuevamente lo grotesco, que crece, prolifera, y todo lo invade, saliendo de los ojos de Amanda.
Y vienen entonces las palabras que golpean contra las paredes de la botella hasta que se pierden casi los objetos, desapareciendo el vidrio que protegía pero que también capturaba y clausuraba.

Las hormigas trasladan palabras, pero ahora se trata de una botella-cuerpo: “las hormigas escapan por las orejas los ojos la boca de mi cabeza.”

Hay que salir del agobio de la botella por la planta de la habichuela para saber si hay un afuera .Pero, si no lo hubiera, ¿habría un adentro?


El misterio de la botella se devela y se refuerza en la ballena:

la botella que habito
es el estómago de una ballena:
la ballena está en el vientre del mar:
el mar en las caderas del planeta:
el planeta en los pulmones de la atmósfera: la atmósfera en la boca del espacio:
la boca del espacio sopla por la boca de la
botella:
abre mi boca como un odontólogo
y extrae la ballena


Es precisamente en la ballena donde se rompe categóricamente y categorialmente el gran esquema de pensamiento regido por el adentro y el afuera, lo que se ratifica en el barco, estupendo poema donde Amanda reúne todos sus amores; en las botellas; en el telescopio Hubble, botella navegante a través de los espacios sondables; en la fruta, donde se alcanza el paroxismo de la asfixia de Narciso y su Doble; para culminar en el accidente, acaecido en el cuello de la botella, porque aquellos que transitaban por ella, desconocieron que sólo podían pasar juntos y al mismo tiempo so pena de hacerlo bajo el torbellino . Allí perecieron muchos y muchos salieron heridos. Los más graves fueron los sentimientos y no había palabras para vendarlos, ni suero lógico para las ideas; otros ocupantes fueron distribuidos en diferentes centros de la memoria, sólo la imaginación deambulaba confusa, acunando la botella al mar como si fuera un niño.

Sentimientos sin palabras, ideas sin lógica, la imaginación, sola, acunando, como a un niño, a esta botella que no tiene un adentro ni un afuera, por donde circulan palabras como hormigas, por el envés y el revés de una cinta de Moebius o de una botella de Klein, y donde, en cada vuelta, se componen palabras, sentimientos, imágenes e ideas, pero ya no más como un movimiento de interiorización, que recibió el nombre de alma, ese gran invento de Occidente, desde donde se construyó una tópica y una épica de lo profundo y lo elevado, de la razón y la historia, y de la razón en la historia, del yo y de la conciencia, del sujeto y del objeto. Ahora, para nosotros, ya lectores de siglo XXI, se nos plantea la tarea de deconstruir ese mito y Amanda lo logra con su poesía.
Para mí, en tanto analista, es el reencuentro, desde otro ángulo, de nuestra experiencia: ya no más un inconsciente como alforja donde hay que ir a develar ocultos secretos, ya no más un Ello como caldero pasional y pulsional, sino un inconsciente como superficie donde el deseo se dice escribiéndose y se escribe diciéndose. Para ello el recurso lacaniano (y berengueriano) a un modelo topológico. Pero ambos creadores, el psicoanalista y la poeta, lo utilizan de manera inversa: Lacan procura, partiendo de la experiencia clínica, reducir lo imaginario, para dar cuenta, de manera incompleta siempre, de lo real; Amanda parte del sentimiento de un mundo en crisis, de la vida misma en crisis, para hacer de ella una experiencia de vida nueva a través de la articulación con lo simbólico (la topología), en una original y enriquecedora imaginarización de un mundo nuevo.

Así, acunada por el mar llegó a las playas de nuestra imaginación una botella verde. La recogemos y en el anverso y reverso de sus paredes vamos leyendo este poema destinado a nosotros, sus primeros lectores del siglo XXI. Con él encontraremos precarias palabras para vendar sentimientos heridos; no suero lógico para las ideas, pero, por lo menos, menos mentiras para evitar que se desangren; descubriremos lugares de la memoria que se nos habían perdido en medio de la confusión, y proseguiremos, en una tarea infinita lanzando botellas, verdes botellas, al mar para que otros, como hoy lo hacemos nosotros, las recojan.

Gracias Amanda.

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