Silva Valdés en sus palabras
Silva Valdés en sus palabras
Fernán Silva Valdés nació en Montevideo el 15 de octubre de 1887. Sus padres fueron María Juana Valdés Muñoz y Fernándo Silva Antuña, escribano público de profesión. Si bien nació en la capital, vivió su infancia en Sarandí del Yi, donde su padre trabajaba. A su nacimiento sucedieron, en 1890 y 1891, los de sus hermanos Julio y Amira Silva Valdés, respectivamente.
Los años vividos fuera de Montevideo y la influencia de sus abuelos gauchos, como él los llamó en Autobiografía, fomentaron su amor por el campo. A modo de testimonio de esos años infantiles escribió los siguientes versos:
Romance de mi infancia
Pueblo Sarandí del Yi
acollarado a mi infancia,
en mi borroso recuerdo
tengo, patente, mi casa:
un caserón primitivo
con sus tejas coloradas
atado por un sendero
al gran árbol de la plaza.
Mi padre siempre escribiendo
en hojas inmaculadas;
mi madre con su costura
toda rodeada de hilachas.
La peona cebando mate
en una gran calabaza;
un mulato me mecía
entre dos tragos de caña;
y para mi boca niña,
para mi boca paisana,
no había más caramelos
que el canto de las calandrias.
Tenía que salir cantor
de las cosas uruguayas
quien tuvo padres y abuelos
criollos en cuerpo y en alma;
y vivió en un pueblo gaucho
varios años de su infancia;
y tuvo por digno ayo
mulato de aquella laya,
y tuvo por caramelos
el canto de las calandrias.
El Archivo Literario de la Biblioteca Nacional conserva un manuscrito original, datado en 1927, que aquí reproducimos, en el que el escritor hizo una síntesis de su vida hasta ese año. Mucho después, en 1958, escribió unas páginas exquisitas para la Revista Nacional tituladas Autobiografía, en las que explayó la narración de su devenir vital y literario. Completó el relato en una segunda entrega que se publicó en el número 200 de la misma revista, en abril-junio de 1959.
Leer atentamente ambos textos es un ejercicio revelador, porque en ellos se constata que para 1927 ya habían sucedido las experiencias que delinearon el perfil del autor, puesto que las confirma, cincuenta y un años después, en Autobiografía. Esas experiencias comprenden: la infancia en Sarandí del Yi, su educación en buena medida autodidacta, el orgullo de pertenecer a familias criollas, el pasaje por el empleo público, su gusto por el campo que incluye excursiones a caballo y la práctica de la guitarra y el canto, aspecto que cifra de este modo: «Admiré a los gauchos hasta querer serlo». En cuanto a las lecturas que consideró determinantes, encontramos dos polos, el de la literatura gauchesca de José Hernández y Estanislao del Campo y el de la poesía modernista de Rubén Darío y Julio Herrera y Reissig.
Otro elemento que ya estaba presente en el manuscrito de 1927 y que luego recogió y amplió en la Autobiografía es lo que llamó, de un modo eufemístico, «enfermedad». Este evento fue un verdadero parteaguas en su vida y en su escritura. En sus inicios, Silva Valdés publicó dos libros de imitación modernista, Ánforas de barro (1913) y Humo de incienso (1917) y durante estos años, un poco a la manera de Alonso Quijano, imitó la vida literaria que lo llevó a conocer los «paraísos artificiales» de la morfina, por la que desarrolló una fuerte adicción. Su dependencia era tal que la familia decidió hospitalizarlo.
Entonces se reunió un consejo de familia y amigos íntimos, con asistencia del Dr. Arturo Lussich, quien asistió a mi padre al morir, habiendo sido por muchos años el médico de la familia; y por consejo suyo me llevaron a un hospital en Santa Lucía, dirigido por el Dr. Santín Carlos Rossi; puesto que necesitaba no sólo aventar las drogas sino también nutrirme de campo (1958:19).
Silva Valdés califica a la vida de los años 1915-1919 como una «penuria terrible» (1958:19). La internación da como resultado la recuperación de su salud y una suerte de conversión radical que se manifiesta en el retorno a los gustos de la juventud y en el nacimiento de su voz nativista. Entre 1919 y 1921 nace el poemario Agua del tiempo.
Antes que Fernán, Fernando
Un gesto que el escritor repite, tanto en el manuscrito de 1927 como en la Autobiografía, es la consideración de sus años de poeta modernista como un paréntesis. Construye su mito de autor a partir de su renacimiento vital y literario, que sella con la publicación de Agua del tiempo, en 1921. Sin embargo, existe otra etapa en su escritura que de modo significativo se revela en su firma.
Según el manuscrito de 1927, hubo un período de iniciación cercano al mundo del gaucho: «Escribí mis primeros versos a los 16 años; eran décimas gauchas. Hasta los 20 fui poeta gauchesco».
En las imágenes del número 10 de Arte. Revista Literaria y Social, correspondiente al 1 de diciembre de 1909, podemos leer el cuento «En camino» y debajo la firma Fernando Silva Valdés. El relato trata sobre el sacrificio de los verdaderos héroes; en el número 26 de la revista Bohemia, que corresponde al 31 de diciembre del mismo año, se lee el poema «El vencido», suerte de soneto en hexadecasílabos, que recoge los rasgos del paisaje del campo junto al coraje y deseo de venganza de quien ha sido vencido en el combate. Ambos textos trabajan el mismo asunto y comienzan de forma similar; tanto en prosa como en verso el escritor aborda la figura del héroe. Sin embargo, lo que aquí queremos destacar es la firma que repite el nombre Fernando, al igual que sucede en otras publicaciones de esos años. Un último ejemplo: el poema «Soledad», publicado en Apolo. Revista de Arte, año V, número 38 de abril de 1910.
Además de la firma, estas piezas tienen como rasgo compartido la fecha de publicación. Todas son anteriores a su primer libro de poemas, Ánforas de barro (1913), que se dio a conocer bajo la rúbrica Fernán Silva Valdés. Nombre más musical, por formar un heptasílabo, que será su sello de autor.
Un dato curioso relacionado al peso del nombre en la construcción de la figura autoral de nuestro escritor es lo que sucede con el hermano. Julio Silva Valdés, también poeta —quien llega a coincidir con Fernán en las páginas del primer número de la revista Tabaré de abril de 1914—, más tarde elimina de su firma el segundo apellido para favorecer a su hermano.
De modo que, siguiendo las palabras del autor y las evidencias textuales, existirían tres etapas en la escritura: la de joven gauchesco que de forma amateur escribe versos bajo la firma Fernando, la modernista, con la que inaugura el nombre de autor, y la nativista, en la que descubre su voz.
El bautismo editorial
Ánforas de barro se publicó en Montevideo por medio de la Imprenta y Librería Mercurio y contó con un prólogo del escritor y crítico catalán, Juan Mas y Pi.
El poemario exhibió los versos de un nuevo creador y también un nombre nuevo: Fernán. Este cambio en la firma se puede interpretar como un rito de iniciación, ya no se trataba del veinteañero que publicaba en revistas, sino del autor de un libro.
En esas páginas, el prologuista celebró la llegada de un poeta nuevo, aunque con benevolencia señaló las vacilaciones e ingenuidades de todo escritor que se estrena. Una vez expuestos los atenuantes, presentó de esta forma al novel escritor:
Fernán Silva Valdés, autor de este libro de versos, merece la consideración de aquellos a quienes preocupa la espiritualidad de la vida. Sentimental, ha cultivado en su jardín gajos de aquella fronda admirable que fue Herrera y Reissig, a quien nunca se admirará bastante. Y hay en sus canciones ecos del clavecín romántico de Darío, aquel Darío siglo diceciocho, que encantaba su propia juventud con reminiscencias de trovas galantes, uniendo al través de los tiempos el alma sosegada de los viejos siglos, con la inquietud de nuestros días. No juzguemos mal estas vacilaciones de los jóvenes poetas; no reduzcamos el valor de su esfuerzo porque haya en ellos tal o cual reminiscencia de clásicas aposturas. La juventud debe ser así: cambiante, múltiple, vacilante... ¡Ay de los jóvenes que surgen a la vida con el alma encasillada, con el espíritu metido en la armazón férrea de una disciplina demasiado fuerte! Esos nacen viejos.
El volumen del que aquí exhibimos unas páginas se conserva en la Sala Uruguay de la Biblioteca Nacional y presenta la particularidad de contar con la dedicatoria manuscrita del autor en obsequio al Dr. Víctor Pérez Petit. El gesto de obsequiar y dedicar los libros permite reconstruir las redes entre los artistas, intelectuales y gestores de la cultura. En el caso de nuestro autor es importante la recopilación de estos elementos, ya que de esta etapa creativa no hay registro en la colección del Archivo Literario. Silva Valdés consideró que su carrera de verdadero escritor inició con Agua del tiempo.
Humo de incienso, publicado en 1917, continuó por la senda del modernismo. Un año antes había fallecido Rubén Darío, quien ya en Cantos de vida y esperanza (1905) ensayaba otra etapa poética. A nivel local habían fallecido Julio Herrera y Reissig, en 1910, y Delmira Agustini, en 1914. El modernismo llegaba a su ocaso.
En esta ocasión, el ejemplar conservado está dedicado, de puño y letra del autor, a Juan Andrés Ramírez, director en ese momento del diario El Plata. Tanto el diseño de portada como el nombre del poemario remiten a la imaginería de fines del siglo XIX y su gusto por lo exótico.
En 1971, Arturo Sergio Visca incluyó tres poemas de este libro en la Antología de poetas modernistas menores y en el prólogo justificó el rescate de la siguiente manera:
[...] Estos dos libros [Ánforas de barro y Humo de incienso], sin embargo, y no obstante evidenciar a un poeta fuera de ruta que se complacía en motivos, ritmos y armonías ya sin curso en esos años no dejan de traslucir un talento poético indudable. Posee destreza en el manejo del verso, muestra inventiva poética, atrapa imágenes brillantes, aunque todo eso, y no podía ser de otro modo en un mero epígono del modernismo, es más juego poético que creación auténtica (p. LXIV).
Los poemas de Silva Valdés que Visca eligió para ilustrar la clausura de este período son: «Humo de Opio. En loor a unos ojos verdes», «Humo de opio. En loor a una mujer morena» y «Tú. (Galop extravagante)». Incluimos aquí algunos versos del primer poema con el doble propósito de ilustrar esta segunda etapa en la escritura del autor y ofrecer el ejemplo que sirva de contraste con su etapa nativista.
Yo sufro el sueño verde de una mujer divina,
císnea por su blancura, Junia, Jupiterina.
Para evocarla uso un gesto y un anillo.
Se insinúa entre el humo azul de un cigarillo.