Un nuevo ismo
El nativismo, un nuevo ismo
Yo era un hombre pálido
Yo era un hombre pálido
de sabiduría;
y en mi corazón
–vidalitay–
nunca amanecía, siempre anochecía.
Yo era un poeta
pálido y marchito;
en mi corazón nunca ardía un arresto
–vidalitay–
ni en mi boca un grito.
Sin saber del bien;
sin medir el mal;
encendí mis albas con mujeres rubias,
y alumbró mis albas
–vidalitay–
luz artificial.
Manchado de orgía,
alto y decadente,
yo me desteñía
–vidalitay–
como un sol poniente.
Mi barro era bueno;
mi alma mejor;
y unas manos puras me hicieron de nuevo,
con un poco de llanto
–vidalitay–
y con una brazada de amor.
En 1921 salió a la luz Agua del tiempo, colección de poemas con los que Silva Valdés inició su tercera etapa de escritor. En el poema citado se leen los signos que dan cuenta del vuelco radical que lo convirtió de pálido decadentista a vital nativista. Este cambio fue testimoniado por varios críticos contemporáneos al autor que señalaron, una y otra vez, el cambio en el estilo y en los motivos elegidos. Muchas de estas críticas se encuentran recogidas por Silva Valdés en un libro-álbum de gran dimensión en el que recoge las repercusiones de su trabajo en la prensa. El voluminoso álbum comienza con la reproducción de un grabado del rostro del autor realizado por José Luis Zorrilla de San Martín, lo sigue la portadilla de Agua del tiempo y luego las reseñas críticas.
Las reseñas provienen de medios nacionales e internacionales, a modo de ejemplo, nombramos entre los locales a La Cruz del Sur, El Día, Teseo, La Mañana, Pegaso, El Telégrafo; de Argentina conservó registros de Caras y Caretas, Proa, Atlántida, La Nación, La Vanguardia, Fray Mocho, La Montaña, Ideas; de Chile encontramos a Zig-Zag; de Perú, Flechas. Revista quincenal de Letras; de España, La correspondencia de España y Casa América-Galicia, entre otras fuentes que no se identificarn Varios de los firmantes son nombres que ingresaron a la historia de la literatura, como Alberto Zum Felde, Emilio Oribe, Idelfonso Pereda Valdés, Alfonsina Storni, Luisa Luisi, Juana de Ibarbourou, Jorge Luis Borges, Leónidas Barletta, Gabino Coira Peñaloza, Joan Torrendell y Salvador Reyes.
En la Obra reunida de Juan Parra del Riego –poeta vanguardista peruano que recaló en Uruguay–, Valentino Gianuzzi recupera un artículo que Parra escribió para el periódico El Bien Público, pero que no fue publicado sino hasta 1938 en el número 7 de la Revista Nacional. En ese artículo, Parra daba cuenta del poeta que había sido Silva Valdés y del nuevo poeta en que se había convertido con estas palabras:
Yo conocí hace años a Silva Valdés. Cuando andaba enfermo y era un pobre esqueleto que adquiría un tinte sepulcral en la luz lívida del café. Un día me mandó unos poemas para que los declamara en cierto recital que hice anunciar. Pero eran tan malos, tan desustanciados y estupefactos, que no le conteste nada. [...] Y otra vez caí en Montevideo. ¿Qué novedades? Me acuerdo del entusiasmo de Mendilaharsu: «la gran novedad es que Silva Valdés está haciendo unos poemas estupendos». Y era cierto. El hombre del lirismo de pomada se había regenerado. Lo había salvado su corazón. Y ¡qué corazón! Un corazón lleno de guitarras y de acordeones. Y el poeta se hizo en él. [...] Apareció Agua del tiempo. Libro de «poemas nativos» que marcó desde ese instante un nuevo camino literario en el ambiente: el camino de sentir sin prejuicios y mirar con ojos modernos, punzantes y dinamizadores los viejos asuntos criollos de poncho y vidalita envilecidos y manoseados por todos los poetas mediocres de décima y soneto machacón. Silva se presentaba como un poeta más representativo y creador de la vida criolla. [...] La guitarra que ya no queríamos comprender los poetas que amamos el canto del motor y la copa de las olimpiadas, pero que al ver que en Silva Valdés ha vuelto a cobrar su personalidad impulsiva y jadeante de instinto, nos ha hecho rumbear por otro lado con esta reflexión: la de no caer nunca en el error fatal de matar con una belleza otra belleza [...] (pp. 431-433).
Recepción crítica en prensa
Silva Valdés es muy elocuente al iniciar el álbum con el retrato hecho por J. L. Zorrilla de San Martín, publicado en La Pluma, y la portadilla de Agua del tiempo. Se trata de su rostro, visto por un artista plástico de encumbrada familia, y el libro con el que se reconoce como autor con una voz propia. Por otra parte, en ese mismo número de la revista, hay un extenso artículo sobre la escultura de Zorrilla de San Martín (pp. 67-79), quien poco antes había presentado el Monumento al gaucho, dato que informa sobre su prestigio.
La Pluma. Revista mensual de ciencias, artes y letras estaba dirigida por Alberto Zum Felde y editada por Orsini Bertani, dos pesos pesados del ámbito cultural. Carina Blixen en el tercer volumen del Diccionario de literatura uruguaya indica que:
Voluminosa –los números oscilan entre las 150 y las 200 páginas–, lujosa, tal vez ninguna publicación uruguaya haya estado más próxima al cumplimiento del subtítulo tan usual como mezquinamente cumplido de «revista de arte». Con casi tantas reproducciones como artículos y creaciones publicadas [...] La Pluma es una fiesta visual además del instrumento de reflexión que se propuso ser (pp. 275-276).
Salvo por las referencias críticas a sus libros anteriores, todo indica que Agua del tiempo es su obra inaugural. La recepción de este libro fue positiva y aunó la vida del poeta con la escritura –al igual que lo hizo el autor en sus textos autobiográficos y entrevistas–, de este modo su período anterior exhibía una escritura enfermiza, artificiosa e imitativa frente a la nueva poesía sana, auténtica y americana. Algunos críticos plasmaron este cambio con vehemencia y amalgamaron el elogio al escritor con la crítica mordaz a quienes insistían en la imitación.
Extraemos un pasaje de «El neo-nacionalismo en la literatura uruguaya», escrito por Ildefonso Pereda Valdés, publicado el 14 de abril de 1924, en el número 5 del Boletín de Teseo:
Los que conocimos a Fernán Silva Valdés, en el año de 1917, cuando publicó «Humo de incienso», sólo sabemos el vuelco físico e intelectual que dio el poeta de ese libro primerizo al más reciente: «Agua del Tiempo».
Su obra entonces estaba en perfecta consonancia con su vida, y ahora lo sigue estando, sólo que la vida ha cambiado, y con ella, la obra.
Cuando Silva Valdés publicó «Humo de incienso» estaba en boga Paul Verlaine; y un grupo de poetas tan escasos de personalidad como de talento, moscardones alrededor de Julio Herrera y Reissig, seguían servilmente las huellas del gran poeta francés; a unos los ha disuelto la política en su erosión niveladora, y otros, vegetan olvidados en las apolilladas poltronas de la Universidad. Fernán Silva Valdés, que no conocía lo que llevaba dentro y que ignoraba su vocación, ensordecido por la vocinglería versallesca de los simios Verlenianos, se dejó arrastrar ciegamente por la moda parisina y compuso sonetos galantes a la manera de un paje de la corte de Luis XV, olvidando que el uniforme de cortesano le sentaba mal a su naturalidad de criollo, y hoy reconociendo sus yerros proclámase a sí mismo: «payador encumbrado».
«Agua del tiempo» es salud, así como «Humo de incienso» era enfermedad. El mismo título del libro «Humo de incienso» traduce el estado de espíritu del poeta, pura humareda retorcida en espirales, postura estudiada ante el espejo, falso dandysmo y academismo de segunda mano; este último se nota en el afán de usar vocablos raros que emplea mal por no conocer muchas veces su verdadero significado.
La aparición de «Agua del Tiempo» no sólo representa una transformación radical en la vida y obra del poeta, sino también en la poesía que llamábamos hasta entonces criolla, y que ahora llamaremos «nativa».
Con Silva Valdés se inicia en la poesía uruguaya un nuevo movimiento nacionalista, y en él, la poesía criolla sin perder su valor representativo adquiere una consistencia más moderna. La originalidad de Silva Valdés consiste en cantar temas que otros habían tratado, pero de una manera distinta a la de sus antecesores, suya, personal (pp. 6-7).
De esta forma, Ildefonso Pereda Valdés encabalgaba al cambio radical experimentado en la vida y creación de Silva Valdés el cambio que suponía el abandono o superación del criollismo frente a la poesía de vanguardia que supuso el nativismo.
El nativismo y sus postulados
El nativismo fue novedoso porque abandonó formas estereotipadas –por ejemplo, en el decir– y utilizó metáforas audaces que fueron emparentadas con el movimiento ultraísta. En enero de 1922, unos meses después de la publicación de Agua del tiempo, Pedro Leando Ipuche publicó Alas nuevas y concibió su poética bajo el nombre de gauchismo cósmico. A propósito de esta coincidencia, mucho después, en 1959, Ipuche dejó su testimonio en el libro Hombres y nombres.
En el apartado «El nativismo uruguayo» relató el encuentro de ambos escritores en la imprenta en la que saldrían sus libros y su posterior conversación, donde se dieron a «confesar los resortes técnicos de nuestra cercana ofrenda gráfica». En ese mismo capítulo, Ipuche hizo una serie de consideraciones sobre el nativismo, su cercanía con la vanguardia y, sobre todo, el intento de renovación y diferenciación con la estética anterior. Al respecto escribió: «Lo gauchesco, como la semilla, viene limitado a la expansión del árbol. Aflora y se cierra en su propia distancia de sombra. Lo nativista es la prolongación ingeniosa y universal de la raíz originaria. En lo gauchesco, predominan la ingenuidad, el lenguaje caliente y derecho que asegura los temas. En lo nativo, hay una gracia sutil, la imagen curiosa, comedida, a veces, detonante, un desafío extraterritorial» (pp. 121-122).
Si desconfiáramos de las declaraciones de Ipuche por haber sido escritas mucho después, contamos con las declaraciones que hizo Fernán Silva Valdés en la encuesta realizada en 1927 por la revista La Curz del Sur, medio de impronta vanguardista, fundada por Alberto Lasplaces, pero que estuvo a cargo de los hermanos Álvaro y Gervasio Guillot Muñoz entre los números 13 y 30.
Los hermanos Guillot Muñoz le imprimieron nuevos bríos a la revista y es así que lanzaron una encuesta a los escritores. Las preguntas fueron:
1. ¿Cree Ud. en la existencia de un arte nacional diferenciado?
2. La tradición autóctona será ¿capaz de servir de base a una estética nacional?
3. ¿Qué opina Ud. del movimiento literario llamado nativismo?
4. ¿Considera Ud. que lo que hay de fundamental en la estética europea es pernicioso, necesario o indiferente para el desarrollo del arte americano?
5. ¿Cómo debe encararse el modernismo?
En el año 1927, Agua del tiempo ya contaba con cuatro ediciones (1921, 1922, 1924 y 1925), y desde 1925 circulaba el volumen de Poemas nativos. Las preguntas eran de sumo interés para el escritor; antes de responderlas, se detiene en explicar su concepción del nativismo y en señalar su rechazo al criollismo. Este preámbulo a las respuestas puede ser leído como un manifiesto y muestra que esa poesía adjetivada como sana, viril, natural y espontánea respondía a un programa de su creador. Décadas después, en 1968, corrobora esta postura cuando Daniel Vidart interroga a los fundadores del nativismo para la entrega número 23 del Capítulo Oriental: Poesía y campo, del nativismo a la protesta.
En 1927, el autor definió al nativismo con estas palabras:
[...] el nativismo es el movimiento que puede definirse de este modo: el arte moderno que se nutre en el paisaje, tradición o espíritu nacional (no regional) y que trae consigo la superación estética y el agrandamiento geográfico del viejo criollismo que solo se inspiraba en los tipos y costumbres del campo.
Concibió al nativismo en perpetuo cambio para que se mantuviera vivo. Este aspecto se vio desde Agua del tiempo, en el que incluyó poemas de tema urbano como «La yiradora» o «La cicatriz». En Poemas nativos, integró la figura del migrante, como puede leerse en «Hombres rubios en nuestros campos». Este afán de acompañar los tiempos los manifestó en 1927 de esta forma:
Creo que el modernismo hay que encararlo cruzándolo con el nativismo. Uno sin el otro decaerán; apoyándose mutuamente, no. Nativismo sin renovación, sin antena receptora de los nuevos modos de sentir y de expresarse sería, caer en el error de nuestro viejo criollismo que, siempre le atravesó el pingo a todo lo nuevo.
En la galería destacamos algunas de las reseñas de Agua del tiempo, dos trabajos de Norberto Frontini y el folleto Ensayo de metáforas para versos «nativos», de Santiago Lareu, cuyo título completo es una aparente provocación a los criollistas y una crítica a Silva Valdés. En Autobiografía (1959), el autor recuerda que el folleto se vendió a la salida del primer recital poético de Berta Singerman, en 1922, con la intención de poner en ridículo su poemario (p. 211).
Hubo un aspecto de la poesía que suscitó algunos reparos, me refiero a la irregularidad del verso. Así lo señala Emilio Suáraz Calimano en setiembre de 1922 en el número 160 de la revista Nosotros: «La primera parte del volumen, Poemas nativos, tiene agrio y agreste sabor. Inspirada, como el subtítulo deja suponer, en motivos indígenas, encierra cuadros de robustez y novedad que es lástima no unan a su positiva belleza intrínseca la perfección musical o formal» (p. 89). Por su parte, el articulista de La Correspondencia de España, en noviembre de 1922, también señaló este punto: «¿Por qué no se decidirá este innegable poeta, si se siente oprimido por la estrechura musical de los versos, a escribir sus recios pensamientos, sus bellas imágenes, en prosas poéticas que nos ahorrarían esa acritud, esa desagradable forma de sus versos de que comenzamos hablando?».
Sin lugar a dudas, la nueva musicalidad fue buscada y utilizada para diferenciarse de la poética anterior, propia y ajena; sin embargo, más adelante volverá a la regularidad formal. Oscar Brando en su ensayo Los partidos políticos y las ideas. Una mirada desde la cultura (2024), describe el devenir del escritor en los siguientes términos:
Fernán Silva Valdés entendió que para cantar el paisaje en sus poemas nativos había que buscar los ritmos remozados. Ello suponía desarmar las musicalidades previas y tal vez, aunque no lo dice con la misma claridad, arbitrar imágenes insólitas con las fórmulas que las vanguardias ultraístas y creacionistas estaban practicando. En ese punto, que apreciable en la poesía de Agua del tiempo, Silva Valdés se haría eco de la imagen creada aunque no siempre mediante la metáfora no analógica o rapport como la llamaba Vallejo. Acompañaría al proceso metafórico un verso liberado de las tradiciones rítmicas; pero esa desatadura sería fugaz y poco después se volvería a musicalidades mejor reconocibles por el oído, vertiendo las novedades en el envase de ritmos populares más habituales, como la décima y el tango (p. 149).
Luego de Agua del tiempo se sucedieron otros volúmenes de poesía. Aquí compartimos sus portadas: