Las giras del escritor
Felisberto comenzó su actividad literaria en 1925, el mismo año que se casó con María Isabel Guerra y se mudaron a la calle Francisco Bicudo, en el barrio Atahualpa. Fulano de tal es el primer libro que pertenece al conjunto de las publicaciones que José Pedro Díaz denominó «libros sin tapas». Así lo relataba el mismo autor en lo que se ha denominado su «Autobiografía literaria», escrita en tercera persona:
«A los veintidós años escribió sus primeros trozos literarios, Fulano de tal, y recibió las primeras opiniones de Vaz Ferreira: "Tal vez no haya en el mundo diez personas a las cuales les resulte interesante y yo me considero una de las diez". Este y otros juicios fueron publicados en El Ideal con el título "Felisberto Hernández visto por él mismo y por Vaz Ferreira" el 14 de febrero de 1929».
Se trata de un un librito de escasos 8 por 11 centímetros, con apenas 48 páginas, solo impresas en las pares. Con este título, se produce la primera aparición pública de quien era hasta ese entonces un desconocido en el terreno literario. El primer texto, titulado «Prólogo», tiene una extensión desproporcionada con respecto al resto y se aleja de su función tradicional en relación al conjunto; le siguen «Cosas para leer en el tranvía» y «Diario». Como señala María del Carmen González, lo novedoso no estuvo solamente en la particular utilización del prólogo como gesto irreverente, actitud propia de la vanguardia, sino que todo el volumen es parodia del artefacto libro, ya que se cierra con el epílogo «Prólogo de un libro que nunca pude empezar». El volumen, dedicado a su esposa, también concluye con una alusión a ella cuando explica que, aunque «se propone decir cómo es María Isabel […] sabe que no podrá decir no más que un poco de cómo es ella».
La literatura todavía era una segunda ocupación para Felisberto que, en este período, se dedicó sobre todo a la música. Acababa de casarse y debía conseguir un medio de subsistencia, fue por eso que aceptó un contrato como pianista para tocar en Mercedes. Por lo que se trasladó hasta esta ciudad, donde primero actuó como concertista y luego dirigió una pequeña orquesta en un café, tarea que desarrolló casi por un año.
El concierto con el que debutó en Mercedes es el que evocará luego en su cuento «Mi primer concierto», que años más tarde integró el volumen Nadie encendía las lámparas (1947). Estas experiencias tuvieron gran importancia para el escritor por el material que quedó en su memoria, destinado a nutrir futuros relatos.
Mientras Felisberto estaba en Mercedes, su esposa se trasladó a Maldonado, a casa de sus padres, donde en junio de 1926 nació Mabel, la única hija del matrimonio y a quien el escritor conoció cuatro meses más tarde. Por estos años comenzó el deterioro del matrimonio, el alejamiento que duró un año y la persistencia de las necesidades económicas fueron los motivos de la separación, que se llevó a cabo de forma definitiva tiempo después.
Ya en la capital, la Asociación de Pianistas patrocinó su primer concierto en Montevideo, que se realizó en el teatro Albéniz, en 1927. El recuerdo de este concierto y de las difíciles circunstancias económicas por las que pasaba su familia se hacen patentes en el texto póstumo «Mi primer concierto en Montevideo». En El Día, se comentaba así su primera actuación en la capital:
«No obstante haberse anunciado un programa interesantísimo de música española, consagrado por entero a Granados, Falla y Albéniz, un auditorio relativamente escaso acudió ayer de tarde al Albéniz, para oír al joven pianista uruguayo señor Felisberto Hernández, que por primera vez reclamaba la atención de los aficionados, desde uno de nuestros escenarios.
Felisberto Hernández es un artista de positivo talento para cuantos conocen su obra de compositor, y agrega a ese valor, las condiciones de ejecutante pianístico de técnica eficiente y personalidad destacada que acusa la presencia de una sensibilidad poco común. El concertista brillante y severo a la vez, sin alardes vanos de virtuosismo, pudo apreciarse ayer en la ejecución de un programa que por su carácter, habría de prestarse a comparaciones peligrosas. Granados, Falla, Albéniz, son familiares a nuestro público a través de los más grandes maestros del teclado. Sin embargo, con ellos triunfó ayer este concertista novel, imponiéndose por la pureza de su dicción expresiva y el colorido vigoroso que logró dar a la mayor parte de sus interpretaciones, entre las que cabe destacar “El Pelele”, de Granados, La Danza de la Molinera, “El sombrero de tres picos” y del Fuego [sic] de “Amor brujo” de Falla, en la primera parte, y luego, una deliciosa Pavana, Navarra, el Puerto y Triana, de Albéniz.
Agotado el programa y llamado a escena repetidas veces, el señor Hernández dio a conocer dos interesantes composiciones propias, páginas breves de carácter impresionista, de estructura sencilla, elegante e inspiración poética profundamente sugestiva.
La audición de ayer, repetimos, permite confiar en el porvenir brillante de un nuevo concertista a quien esperamos oír próximamente en uno de nuestros teatros principales, donde su triunfo habrá de ser necesariamente consagratorio».
Por ese entonces Felisberto ya contaba con varias composiciones en su haber. Corresponden a estos años: Mimosismos (c. 1925), Canción repreciosa (c. 1925), El niño dormido (c. 1925) y Marcha fúbebre (1927). Alude a Negros (1935) en varias cartas de su correspondencia a Amalia Nieto, por ejemplo en la del 31 de mayo de 1936.
Al año siguiente ofreció su segundo concierto en la Casa del Arte. En ese mismo lugar, sobre la música de Peer Gynt de Edvard Grieg, dirigió en agosto de 1928 el ballet Blancanieves, dramatización en tres actos del cuento homónimo que realizó José Pedro Bellán, quien había sido su maestro en la escuela, y que por esos años ya era su amigo y uno de sus principales impulsores.
Su actividad como compositor y pianista contribuyó a que en febrero de 1929 sus amigos le realizaran un homenaje en el Bar Neptuno de Montevideo. Según consigna José Pedro Díaz, Felisberto conservaba un álbum en el que figuraban las firmas de Juvenal Ortiz Saralegui, Juan Carlos Welker, Giselda Zani, Esther de Cáceres, Alfredo Cáceres, Jesualdo, José Pedro Bellán, Manuel de Castro, Mercedes Pinto, Leonardo Castellanos Balparda y Américo Agorio. Así lo registra el homenajeado en su autobiografía:
«1929. En el Neptuno Bar, del Puerto, se hace una fiesta de los artistas en su honor. La primera firma del álbum es la de José Pedro Bellan y Ombú Curá (Américo Agorio), "dirige la orquesta de los epitafios" dice Basso Maglio en "Tinta China"».
En 1929 se instaló en Rocha, en donde conoció a Venus González Olaza, quien más adelante sería su empresario y amigo. Allí se ganó la vida tocando el piano en la confitería El Globo, donde llegó a tener su propia orquesta. Al igual que había hecho en Montevideo, realizó el acompañamiento musical de las películas mudas en el Biógrafo Excelsior, edificio emblemático de la arquitectura rochense de fines del siglo XIX.
En esa ciudad protagonizó el conocido «caso Graña» a partir del concierto de piano que María Helena Graña había ofrecido en el Teatro 25 de Mayo. Se publicaron varios artículos en distintos medios de prensa –La Democracia, La Palabra, La Gaceta–, en los que participaron Hernández y González Olaza, entre otros.
Mientras estaba en Rocha editó Libro sin tapas en la imprenta de La Palabra, medio en el que ya había publicado todos los cuentos de este volumen. Según cuenta en su «Autobiografía literaria» el libro se compuso con los mismos plomos con los que se editaron en el periódico.
«Este libro es sin tapas porque es abierto y libre, se puede escribir antes y después de él».
El libro está dedicado a Carlos Vaz Ferreira y en su epígrafe se deja en evidencia la influencia del filósofo uruguayo sobre el joven escritor. El volumen, de 38 páginas y con un formato mayor al anterior, está compuesto por ocho cuentos que también poseen sus dedicatorias individuales, por ejemplo, «La piedra filosofal» a Vicente Basso Maglio, «El vestido blanco» a María Isabel Guerra, «Genealogía» a José Pedro Bellán, «La barba metafísica» a Venus González Olaza.
Por esos años, los conciertos se alternaron con el quehacer literario. En 1930 publicó en Mercedes su tercer libro, La cara de Ana, y al año siguiente La envenenada, en Florida.
«1930. La cara de Ana. Editada en Mercedes en oportunidad de una gira de conciertos.
1931. La envenenada. En Florida, en condiciones similares al libro anterior. Casi todos los cuentos de estos dos libros fueron publicados por El Plata de Montevideo. El autor obtuvo la crítica alentadora de Antonio Soto (Boy) en el mismo diario, quien llamaba a Hernández "El artista de la acústica interior"».
Las ediciones sucesivas, en tres años consecutivos, de los últimos «libros sin tapas» dan cuenta del creciente interés del creador en sus proyectos literarios. Esther de Cáceres recuerda así al Felisberto de finales de la década del veinte:
«Hubo en él una percepción como la del niño, por la que supo ver, sentir, descubrir el mundo, de modo original, sin preconceptos; y que se vincula con sus rasgos biográficos más típicos. [...] Así lo recuerdo cuando, en los primeros años de nuestra amistad, y ya publicados sus primeros cuentos, respondía con aire terco y desolado a los elogios que lo señalaron como un pianista excelente: "¡Yo quiero ser escritor!". Era la frase reiterada, que sus amigos expectantes recibían siempre como réplicas graciosas, esperanzadas o escépticas. "¡Yo quiero ser escritor!". ¡Qué pasión, qué seguridad sobre su destino había en esta frase! Y a la vez, ¡qué ansiosa impaciencia! Así estaba, solo en su vocación, en su deseo, en su seguridad, en cierto ensimismamiento, reducto en el que al fin siempre lo sentíamos sumergido».
En 1932 Felisberto inició una gira por el interior del país junto a Yamandú Rodríguez: se dedicaron a recorrer distintas localidades para dar espectáculos en conjunto, mientras uno tocaba el piano el otro recitaba textos. Muchos años después, el escritor recordaría esta experiencia y dejaría registro de ella en varios manuscritos:
«En el año 32 Yamandú Rodríguez y yo hicimos una gira. Él recitaba poesía y cuentos y yo tocaba el piano. Llegamos a una ciudad chica donde Yamandú tenía muchos amigos y en seguida fuimos a ver al dueño del teatro; era un muchacho más bien bajo, erguido, caballeresco, usaba patillas y no nos quiso cobrar ni el alquiler de la sala, ni la luz, ni los programas. Los amigos de Yamandú consiguieron que varias instituciones -la intendencia, los clubs, la biblioteca- participaran en la compra de entradas; y en el momento se vendieron todas».
Una vez que culminó esta experiencia, a partir de 1934 González Olaza se convirtió en el empresario de sus giras artísticas, junto a él recorrió diversas ciudades y dio varios conciertos gratis en muchas escuelas del país. Así lo registra en su autobiografía:
«Inicia largas giras de conciertos acompañado por su amigo Venus González Olaza, quien hace de empresario y secretario. Recorren todas las ciudades y casi todos los pueblos del país, dando al mismo tiempo conciertos gratis o mediante pequeñas contribuciones en escuelas de todos los departamentos. Con algunos intervalos de conciertos realizados en Montevideo, en la Casa Ott y el Sodre, esas giras duran hasta 1935».
En 1935, tres personalidades destacadas de nuestro medio cultural -la poeta Esther de Cáceres, el crítico Alberto Zum Felde y el pintor Joaquín Torres García- encabezaron el homenaje a Felisberto en el Ateneo de Montevideo. Allí conoció a Amalia Nieto, con quien iniciaría una relación durante varios años.
Según se puede apreciar en los programas de los afiches, sus conciertos incluían a clásicos como Bach, Chopin, Beethoven, a españoles como Albéniz y De Falla, pero en 1936 se agregó una pieza de difícil ejecución: Petrushka de Stravinski. En una carta que le envió en mayo de ese año a Amalia Nieto le comentaba lo siguiente con respecto a su inclusión en el repertorio:
«Ayer la toqué con tanto entusiasmo porque había recibido antes el tesoro querido de tu cartita divina; fue en el liceo; estaba lleno y la mayor parte de la gente parada. Me hicieron repetir Negros: nunca creí que toleraran lo que para ellos tenía que resultar aún más disonante que Petrushka. El público llevó la cosa a una inesperada excitación. Definitivamente Petrushka gusta más que todo lo demás y he ganado la apuesta a Rubinstein -si él supiera que aprovecho a poner el nombre de él cerca del mío- Rubinstein opinaba que era una gran locura tocarla fuera de Montevideo».
En ese entonces, Felisberto era un pianista que se destacaba en el medio uruguayo y comenzó a gestarse la intención de viajar a España. Varios periódicos anunciaron el viaje del músico al viejo continente, se realizaron distintos conciertos para recaudar fondos, pero finalmente el proyecto fracasó por el estallido de la Guerra Civil Española. De manera que el pianista debió continuar recorriendo pueblos y localidades de nuestro país. En 1937 se casó con Amalia y al año siguiente nació su hija Ana María. A fines de la década del treinta, las giras por el interior y el litoral argentino eran el medio de subsistencia familiar. En una carta a su amigo Lorenzo Destoc, fechada el 26 de diciembre de 1939, le comentaba las dificultades a las que se enfrentaba el pianista:
«Aquí habían anunciado, en los dos días seguidos, y por increíble error, dos espectáculos diarios: vermouth y noche. 1º suspendido, tres personas; disculpas al público: calor, próxima tormenta, etc. 2º suspendido: lluvia. 3º suspendido por buen tiempo: 5 personas. 4º Ídem. Día 23, esgrimir las recomendaciones y no abstenerse. Promesas, ilusiones, alegría, esperanzas... Día 24, complicaciones, gente que no estaba aquí y otras que... (cualquier cosa). [...]
Total: concierto jueves, el club pone salón, luz y pequeña contribución; la comisión reunirá las contribuciones de los que no pongan mala cara. O la disimulen. Hoy salgo adelante a otras ciudades a ganar tiempo -no oro- y el jueves estaré de vuelta. Le ruego me envíe a Chivilcoy cartas. Chau. Felis...».
Muchos años después, cuando ya había muerto Felisberto, Julio Cortázar le respondería esa carta desde París con un texto que sirvió como prólogo a una de las ediciones de la obra reunida del escritor uruguayo:
«Te imaginarás mi sorpresa cuando llegué a un epistolario en que aparecen las cartas que le escribiste a tu amigo Lorenzo Destoc mientras hacías una gira musical por la provincia de Buenos Aires. Como si nada, sin el menor respeto hacia un amigo como yo, fechás la carta en la ciudad de Chivilcoy, el 26 de diciembre de 1939. Así, tranquilamente, como hubieras podido fecharla en cualquier otro lado, sin demostrar la menor preocupación por el hecho de que en ese año yo vivía en Chivilcoy, sin inquietarte por la sacudida que me darías treinta y ocho años más tarde en un departamento de la calle Saint-Honoré donde estoy escribiéndote al filo de la media noche».
En la colección Felisberto Hernández hay varios cuadernos con recortes de prensa referidos a sus actuaciones en distintas ciudades del país. Del mismo modo, el músico conservó los afiches de las múltiples presentaciones que hizo en diferentes localidades. Cada página está numerada a mano y registra la fecha y el lugar de presentación. A falta de afiche, en el cuaderno se consignan los datos del concierto y figuran las firmas de los asistentes, lo que hace pensar que Felisberto viajó con este material y que,en algunos lugares pudo haberle servido de carta de presentación.
En 1940 Felisberto escribió «Buenos días [Viaje a Farmi]», que apareció por primera vez en el cuarto tomo de las Obras completas recopiladas por José Pedro Díaz. Por el carácter autobiográfico del prólogo de ese texto, Oscar Brando lo incluyó en Obras incompletas a continuación de la «Autobiografía literaria» y del cuento «Primera casa». María del Carmen González, en su reciente publicación, El palimpsesto intencionado, también reflexiona sobre este texto y lo pone en relación con otras piezas de la obra felisbertiana.
En estas líneas Felisberto, que ya no era un fulano de tal, da señales propias y se enorgullece de sus logros como escritor, a pesar de que es en la década siguiente cuando publicará sus títulos más memorables: Por los tiempos de Clemente Colling, El caballo perdido, Nadie encendía las lámparas, Las hortensias.
«Daré algunas noticias autobiográficas. Jamás se dan todas. Color de pelo negro y 38 años. Mi primer cartel -y casi el único, porque después de que el mundo se hace una idea de una persona, le cuesta mucho hacerse una segunda o corregir la primera-, mi primer cartel lo tuve en música. Pero los juicios que más me enorgullecen los he tenido por lo que he escrito».
Equipo de trabajo: Eliana García, Belén Trigo y Néstor Sanguinetti
Fotografía: Graciela Guffanti
Fuentes bibliográficas
Bajter, Ignacio. Edición, prólogo y notas en Correspondencia reunida de Felisberto Hernández. Barcelona: Ediciones Sin Fin, 2022.
Colección «Felisberto Hernández», Archivo Literario del Departamento de Investigaciones de la Biblioteca Nacional de Uruguay.
Díaz, José Pedro. Felisberto Hernández: vida y obra. Buenos Aires: Cuenco de Plata, 2015.
Giraldi de Dei Cas, Norah. Felisberto Hernández: del creador al hombre. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1975.
González, María del Carmen. El palimpsesto intencionado: el proyecto literario de Felisberto Hernández. Montevideo: +Quiroga Ediciones, 2022.
Hernández, Felisberto. Obra incompleta (pról. y sel. Oscar Brando). Montevideo: Ediciones del Caballo Perdido, 2017.
Pau, Antonio. Felisberto Hernández: el tejido del recuerdo. Madrid: Trotta, 2005.