Los inicios
Con estas palabras, en tercera persona, comenzaba Felisberto su «Autobiografía literaria», a pedido de Gustavo Rodríguez Villalba para la segunda edición de El caballo perdido (1963). El escritor le entregó unas páginas, que el editor empleó para redactar el prólogo. También en «Primera casa», un cuento corto de su primera época, recreó algunos recuerdos de la casa donde nació, en la calle Huascar:
Sus padres se casaron en 1900. Fue el primero de los cuatro hijos que tuvieron Prudencio Hernández González y Juana Hortensia Silva. Por línea paterna, Felisberto heredó el gusto por la música; su padre era español y había venido con su familia de Islas Canarias. En 1907, después de que nacieron sus hermanos Deolinda e Ismael, la familia se mudó al Cerro, como recreará en 1930 en «La cara de Ana»:
Según afirma Norah Giraldi, y como se puede leer al dorso de su partida de nacimiento, fue inscripto en el registro con un nombre equivocado. Su padre le dijo al oficial de Estado Civil: «Feliciano Felisberto» y el funcionario lo anotó como «Feliciano Felix Verti». Este error fue el primero de los muchos que tuvo su nombre en la prensa y en varios programas de conciertos, un equívoco que le traería muchos problemas en la vida cívica y social.
En su credencial se pueden leer dos «variantes» de su nombre, con el que fue anotado y el de uso corriente, por existir diferencias entre ambos.
En 1981, Deolinda dio una entrevista para El Día, allí recordó a su hermano, los años de infancia, las distintas casas en las que vivieron y su gusto por el cine y por el piano. Aquí se los puede ver en una foto de 1912, eran los años en los que saludaban a las flores:
«Yo tenía 7 años y Felisberto 10, me iba a buscar a la salida de la escuela, un colegio de hermanas en la Avenida Suárez, caminábamos hacia la calle Gil, donde vivíamos. En la quinta Marexiano había enormes cercos de rosas y glicinas. Al pasar por allí Felisberto se sacaba el sombrero. Tenía un sombrerito verde. “¿Qué hacés, Felis?” le pregunté un día. “Saludo a las flores de mi país”, contestó».
«Había empezado a tocar el piano de niño, tengo presente el primer examen de música que rindió. Fue en el conservatorio “La Lira”, que funcionaba en el actual teatro Odeón, bajo la dirección de Dentone, después estudió con Colling y Kolischer».
«Era el hermano mayor, el preferido de mi madre, una mujer autoritaria. Todos cultivábamos alguna rama del arte. Claro que ahora lo vemos a través del tiempo y pensamos que no era un individuo común, que algo extraordinario había en él. Cuando nos llevaba al cine, por ejemplo, primero nos preparaba, nos contaba el argumento de la película y nos decía: “Bueno, ahora la vamos a ver, pero miren que el cine no es una novela así seguidita”. Íbamos al cine Olivos, en Agraciada, y al Palace, cuando vivíamos en el centro».
Juana Calita Silva tuvo a Felisberto a los 17 años de edad. Según se lee en el estudio de José Pedro Díaz: «La madre, que se había casado a los dieciséis años y que había tenido a Felisberto poco después, fue siempre la persona a la que estuvo más ligado. En otro nivel estaban los demás seres que evocaría en sus relatos: la maestra de escuela, luego la maestra de piano y por fin Clemente Colling, su maestro de armonía».
Cuando Felisberto tenía 12 años se unió a las Vanguardias de la Patria, una «Institución juvenil y democráitica» con la que recorrió varias ciudades del interior y del exterior, y participó en eventos y veladas artísticas. En el diploma de mención honorífica que se le otorgó en 1915 se puede leer el código de honor de este grupo «similar a los boy scouts de Inglaterra». En su «Autobiografía literaria», Felisberto recordó su participación en este grupo y el viaje a la Cordillera de los Andes que realizó a sus 14 años, con motivo del centenario de la Batalla de Chacabuco. Uno de los tres jóvenes que lo acompañó en esa hazaña fue José Rodríguez Riet, quien años más tarde sería su primer editor.
«En esa época [1914] ingresó a las "Vanguardias de la Patria", institución similar a los Boy Scout, recorriendo ciudades y pueblos del interior y participando, con números de piano, en veladas y otros actos. A los catorce cruzó la Cordillera de los Andes a pie con tres compañeros más de esa misma institución; uno de ellos fue su primer editor. En ese mismo año empezó a tocar en los cines, tarea que realizó durante diez años».
Estos programas ilustran algunas de las actividades que las Vanguardias de la Patria realizaron en el Club Unión de Montevideo. En 1920, con motivo del aniversario del Grito de Asencio, el repertorio incluía «piano, por el aventajado joven Feliberto Hernández» y a «la agraciada niñita Mirta Hernández», también su hermana Deolinda participó de un «hermoso episodio dramático».
En 1916, con motivo del centenario de la Biblioteca Nacional, hubo actividades del grupo para homenajear la fundación de la primera biblioteca pública del país.
Mientras hacía el viaje transandino, Felisberto envió una tarjeta postal a su familia.
En ese entonces vivían en la calle Camino Suárez 194.
Sábado, 9 de febrero de 1917
Queridos padres: les envío esta postal que representa uno de los picos que tendremos que pasar, ya en la carta verán el estado de mi salud.
Tu hijo, Felisberto Hernández
Durante su viaje, Felisberto llevó un diario que tituló Relato de mi viaje a Chile. El cuaderno, que ya no conserva sus tapas, está formado por 8 folios manuscritos en ambos lados de cada hoja, al final el futuro escritor firma con su nombre y apellido, data el texto el 7de marzo de 1917 y aclara «14 años». En estas páginas repasa el recorrido que hizo junto a los otros jóvenes, narra el encuentro con grupos de scouts de Argentina y da cuenta de las impresiones que le dejaron las ciudades que fue visitando: Buenos Aires, Mendoza, Godoy Cruz, Puente Inca, hasta llegar a Santiago. Las notas que tomó en este cuaderno serían usadas muchos años después en Tierras de la memoria:
«Del viaje a Chile tenía dos cuadernos: uno era chico y contenía el relato escueto y en forma de diario -así lo había ordenado nuestro jefe-; después del viaje alguien, en nuestra institución, lo había encuadernado con tapas de "un color serio", creo que sepia. El otro cuaderno era grande, íntimo, escrito en días salteados, y lleno de inexplicables tonterías. Tenía tapas de color tabaco muy grasientas».
A los 9 años, cuando la familia vivía en la calle Gil, Felisberto había empezado sus estudios de piano. Su primera maestra fue Celina Mouliné, una amiga de su madre. Estos hechos serán material narrativo para El caballo perdido:
«Nuestras relaciones habían empezado -como ocurre tantas veces- por una vieja vinculación familiar (Celina había estudiado el piano con mi madre en las faldas. Mamá tenía entonces cuatro años). Esta vinculación ya se había perdido antes que yo naciera, y cuando las familias se volvieron a encontrar, entre las novedades que se habían producido estaba yo».
Luego de Celina vinieron otros maestros: Raúl Dentone, Clemente Colling y Guillermo Kolischer. En 1918, cuando ya se habían mudado a la calle Minas instaló allí el Conservatorio Hernández. Según cuenta Norah Giraldi estaba ubicado en la pieza con balcón de la planta alta de esa casa, que todavía existe -Minas 1816-.
El magisterio de José Pedro Bellán, de quien Felisberto fue alumno en la escuela, fue decisivo en su formación cultural; años más tarde continuarían su amistad, fue él quien lo presentó a Carlos Vaz Ferreira.
En 1920 comenzó estudios de composición y armonía musicales con Colling, que era conocido como «El organista de la Iglesia de los Vascos» o «El ciego que toca en los vascos», según se lee en Por los tiempos de Clemente Colling. En su «Autobiografía literaria» también repasa estos acontecimientos de su vida:
«Estudió intensamente el piano, hasta 10 y 12 horas diarias, participó en conciertos y dio algunos, solo, por radiotelefonía. Alrededor de 1920 conoció a Colling, con quien estudió armonía y composición. En 1925 tomó algunas clases de piano con Guillermo Kolischer, pero la mayor parte de sus estudios los hizo solo».
En 1921 y con el número 107, Felisberto se acreditó como socio fundador de la Asociación de Pianistas según se lee en su carné, de dimensiones tan pequeñas como su primer Fulano de tal, que «podía llevarse en el bolsillo de un chaleco».
A pesar de que no siguió estudios universitarios, Felisberto se dedicó con ahínco a la música. Según él mismo relata en Por los tiempos de Clemente Colling, su primer contacto con la música fue en la casa de El Nene, un músico ciego y amigo de su familia.
«Una noche, invitados por las tías -las longevas- fuimos a la casa de El Nene y lo sentimos tocar el piano. Fue para mí una impresión extraordinaria. Por él tuve la iniciación en la música clásica. Tocaba una sonata de Mozart. Sentí por primera vez lo serio de la música [...] sería un lujo para mí entender y estar en aquello que solo correspondía a personas inteligentes».
Desde 1917 Felisberto comenzó a trabajar para contribuir con el presupuesto familiar, fue así que se dedicó a ser pianista acompañante en los cines, para generar el fondo musical de las películas mudas que por ese entonces se proyectaban en Montevideo. Esta labor fue muy rica a nivel creativo y lo acostumbró a ver el cine «al pie de la pantalla», como recordará en un texto inconcluso que José Pedro Díaz tituló «En el cine».
A los 20 años compuso Primavera, pieza musical que dedicó a quien sería su primera esposa, María Isabel Guerra. En su juicio crítico Juan Bardazán decía en La Tribuna Popular, el 14 de agosto de 1923: «No podemos decir que en Primavera se advierta la influencia de tal o cual obra o autor […] por el contrario Hernández demuestra ya su estilo propio: un estilo objetivo muy personal que le permite tratar con serenidad un tema o una impresión conforme a su psiquis».
En el archivo Felisberto Hernández hay varios cuadernos con afiches de conciertos y recortes de prensa referidos a sus actuaciones en distintas ciudades del país. El primer cuaderno comprende recortes de prensa desde febrero de 1920 hasta octubre de 1927 y abarca medios como La Razón, El Bien Público, La Tribuna Popular, El País, El Día y Mundo Uruguayo, entre otros. Entre los primeros podemos leer este recorte de Las Noticias, 16 de mayo de 1923:
«Un joven compositor que promete mucho. Tenemos la certeza de no incurrir en exageración al afirmar que Felisberto Hernández, un compositor extremadamente joven, desconocido actualmente para el público, no tardará en conquistar en los círculos artísticos dentro y fuera del país, merecido renombre. Efectivamente, hemos tenido oportunidad de oír una composición musical titulada Primavera, de la que el joven Hernández es autor, que habla de una inspiración excepcional y de un extraordinario progreso en el difícil arte».
Otro artículo de El Día, fechado en octubre de 1924, da cuenta de tres piezas musicales de su autoría, además de las conocidas Primavera y Un poco a lo Mozart: «Comprende, y ejecuta magistralmente al piano, los grandes maestros, y es autor de trozos como "Vals a la antigua", "Gaviota" y "Paisaje", de delicada inspiración».
En 1925, luego de un noviazgo de seis años, Felisberto se casó con María Isabel Guerra, su primera mujer. La conoció en Maldonado, cuando había ido a visitar a su tía abuela, Deolinda Arocha. Junto a María Isabel se instalaron en el barrio El Prado de Montevideo y asistían juntos a las tertulias que organizaba Carlos Vaz Ferreira en su casa-quinta. En más de una oportunidad Felisberto tocó el piano en esas reuniones.
Ese mismo año editó su primer «libro sin tapas», Fulano de tal. Comenzó, entonces, el lento pasaje que medió entre el músico y el escritor. Pero todavía le quedaban muchos años como pianista en el conocido bar La Giralda, luego en Mercedes y más tarde en Rocha, donde llegó a tener su propia orquesta en el café El Globo. En la década del treinta vendrían las giras con Yamandú Rodríguez y más tarde con Venus González Olaza, con quienes recorrió el país y el litoral argentino, para dar conciertos de piano en distintas localidades.
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Equipo de trabajo: Paula Cameto y Néstor Sanguinetti
Fotografía: Graciela Guffanti
Fuentes bibliográficas
Díaz, José Pedro. Felisberto Hernández: vida y obra. Buenos Aires: Cuenco de Plata, 2015.
Giraldi de Dei Cas, Norah. Felisberto Hernández: del creador al hombre. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1975.
Hernández, Felisberto. Obra incompleta (pról. y sel. Oscar Brando). Montevideo: Ediciones del Caballo Perdido, 2017.