1. La mirada testimonial
La mirada testimonial
En el amanecer del siglo XIX, muchas personas fueron testigos y protagonistas de las guerras por la Independencia. Entre la primera gran victoria del Gral. José Gervasio Artigas en Las Piedras, hasta el desembarco de los Treinta y Tres Orientales, liderados por el Gral. Juan Antonio Lavalleja, transcurrieron apenas catorce años. Muchas vidas se perdieron en el trayecto, muchas otras fueron testimonio vivo, pero muy pocas hicieron literatura con ello. Un diálogo anónimo de 1826, una comedia de Carlos Villademoros y una composición improvisada por Francisco Acuña de Figueroa, nos aproximan esos tiempos desde ángulos muy disímiles.
La sátira revolucionaria en un diálogo de 1826
José Raymundo Guerra es una figura clave en la historia de la Biblioteca Nacional de Uruguay. Su nombre se cuenta entre los primeros donantes de libros, junto a su principal impulsor, José Manuel Pérez Castellano. Este último, antes de morir, designó a José Raymundo Guerra como el primer bibliotecario de la incipiente institución. Luego de la muerte de Pérez Castellano, los hechos históricos se precipitaron, no permitiendo que fuera bibliotecario sino custodio de la biblioteca. Tras la ocupación de Montevideo por parte del ejercito portugués, los libros que le darían forma a la primera biblioteca pública quedaron depositados en el antiguo domicilio de Pérez Castellano, bajo la vigilancia de José Raymundo Guerra, en un Montevideo que ya era plaza fuerte de la Provincia Cisplatina.
Guerra supo adaptarse muy bien al habla portuguesa. Con motivo del llamado Abrazo del arroyo Monzón, cuando Fructuoso Rivera acuerda con Juan Antonio Lavalleja olvidar sus diferencias para unirse a la Cruzada Libertadora, Guerra emite una proclama a los ciudadanos de Montevideo, donde llama a reunirse en torno a la bandera imperial. También fue director del Semanario Mercantil de Montevideo, que se publicó entre 1826 y 1829 en lengua española y portuguesa.
Iniciamos esta exposición presentando un diálogo publicado en la Imprenta de la Provincia, que fuera una de las tres imprentas revolucionarias que hicieron circular las letras de molde fuera de Montevideo. Esta imprenta estaba destinada a la difusión de circulares, decretos, avisos y proclamas, aunque también salió con su sello el periódico revolucionario El eco oriental. Un poco antes, imprimió este gracioso texto que, a modo de escarnio burlón, representa un diálogo entre el General Maggessi del ejército imperial con el director del Semanario Mercantil, don José Raymundo Guerra. Allí vemos como la confianza de Guerra en el poderío del ejército brasileño, se desmorona ante las noticias del General, hasta hacerlo pronunciar un:
¡Jesús! ¡Qué chucho me ha entrado! ¿Sabe usted señor Maggense, que su relación me ha consternado tanto, que en nada otra cosa pienso en este momento que en discurrir como salvar mi pescuezo?
La obra teatral Los Treinta y Tres, y su estreno interrumpido
El segundo volumen de El Parnaso Oriental o Guirnalda Poética de la República uruguaya, abre sus páginas con una pieza teatral de Carlos Villademoros, titulada Los treinta y tres. Según nos informa Luciano Lira, editor de la publicación, el autor había escrito la obra en el año 1832, con perspectivas de su impresión y representación en las festividades por el aniversario de la Jura de la Constitución de ese año. Esa obra que narra el desembarco de los Treinta y Tres Orientales, liderados por su primer jefe Juan Antonio Lavalleja, debió suspenderse porque el mismísimo Juan Antonio Lavalleja se alzó en armas contra el primer presidente de la flamante República: Fructuoso Rivera. Los movimientos armados, iniciados en junio, hicieron imposible las celebraciones de ese 18 de julio, incluyendo la representación de esta obra.
La pieza fue concebida como comedia en 3 actos y compuesta en verso endecasílabo. Allí se representan personajes de talla homérica, como los hermanos Lavalleja (Manuel y Juan Antonio), Manuel Oribe o Pablo Zufriátegui, en claro contraste con personajes representativos del pueblo llano, que cumplen funciones informativas y aportan el contrapunto de comedia. Son de esa clase de personajes Tomás Gómez y su esposa, o el Juez del pueblo de San Salvador.
La tensión de la obra se dirige a la primera refriega de los revolucionarios, contra la partida del ejército brasileño comandada por el oriental Julián Laguna que, como tantos otros, cumplían funciones para el ejército imperial. Las escenas finales centran su interés en el encuentro personal entre Lavalleja y Laguna, que desencadena esa primera escaramuza revolucionaria. La obra finaliza con la feliz anexión de los soldados orientales a la Cruzada Libertadora, incluyendo a Julián Laguna que se plegó a la revolución, como pocos días después lo haría Fructuoso Rivera.
Acuña de Figueroa improvisa en un convite sobre la batalla de Sarandí
En 1846 Francisco Acuña de Figueroa cumplía funciones como director de la Biblioteca Nacional, en un Montevideo nuevamente sitiado, esta vez por el ejército comandado por Manuel Oribe que, desde las alturas del Cerrito, divisaba la ciudad amurallada. La Guerra Grande que se extendería hasta el 8 de octubre 1851, recluyó a muchos ciudadanos dentro del recinto y expulsó a otros a la Villa de la Restauración, el hoy populoso barrio de la Unión.
Acuña de Figueroa, en esos años de múltiples tareas como bibliotecario oficial, también se encontraba enfrascado en una nueva compilación de sus poesías diversas. Son varias las oportunidades en que el autor del Himno Nacional se dispuso a reunir su obra completa, pero la serie de manuscritos que comienza en 1846 y se extiende hasta por lo menos 1852, contiene una composición muy a propósito. En esa serie de manuscritos pueden encontrarse poemas enigmáticos, satíricos, epigramáticos, y también patrióticos; entre estos últimos se encuentra uno dedicado a la batalla de Sarandí, decisivo enfrentamiento entre las fuerzas revolucionarias y el ejército imperial ocurrido el 12 de octubre de 1825.
En 1852, finalizada la Guerra Grande y en ocasión de celebrarse esta batalla, Acuña de Figueroa en uno de los incontables convites a los que asistía, y fiel a su estilo repentista, compone un poema en homenaje a la gesta de los Treinta y Tres. La heroica batalla de Sarandí le permite también brindar por el fin del sitio de Montevideo, por la llegada de la paz, y por la política propuesta por el nuevo presidente Juan Francisco Giró, que ofrecía una paz “sin vencidos ni vencedores”. Esta política permitió mantener una precaria concordia que, como sabemos, no tardaría en desbaratarse.
Exponemos el manuscrito de Francisco Acuña de Figueroa que luego se publicaría en sus Obras Completas de 1891.