Su vida
La saga de los Lussich en nuestro país comenzó en el año 1836, cuando el croata Filiph Luksic, oriundo de la isla de Brac, en el mar Adriático, desembarcó en el puerto de Montevideo, con apenas veinte años, como contramaestre de un velero británico.
Deseoso de nuevos horizontes, y luego de haber dado la vuelta al mundo como marino mercante, decidió radicarse en la joven República Oriental del Uruguay y empezar de nuevo.
Aquí, al igual que muchos otros inmigrantes provenientes de los más diversos confines del planeta, su nombre y apellido se castellanizaron, pasando a llamarse Felipe Lussich.
Gracias a cierto capital que había acumulado, mandó construir una embarcación de cabotaje destinada al trasbordo de carga y personas que, a poco de ser botada al agua, le fue arrebatada por las fuerzas comandadas por el revolucionario italiano Giuseppe Garibaldi, aliado a los colorados durante la Guerra Grande (1839-1851).
Tras varias gestiones infructuosas en procura de que le devolvieran su nave o, en su defecto, lo resarcieran por su pérdida, Felipe Lussich construyó otra con iguales características, dispuesto a retomar su actividad. Sin embargo, esa segunda embarcación corrió la misma suerte que la primera, sin recibir ningún tipo de compensación.
Ambas fueron empleadas como naves auxiliares de la flotilla liderada por el propio Garibaldi que enfrentó en 1842, en el denominado Combate de Costa Brava, a la escuadra argentina comandada por el almirante Guillermo Brown, que terminó con la victoria de este último.
Pese a estos contratiempos, en 1844, Felipe Lussich logró sentar las bases de una próspera empresa naviera integrada por una decena de pequeñas embarcaciones, destinada al desembarco de mercaderías y productos del país que, con el tiempo, se convirtió en la primera empresa de lanchajes, remolques y salvamentos de la región.
Poco después, contrajo matrimonio con la italiana Carmen Griffo Cameirone, oriunda de Savona, con la que tuvo nueve hijos, de los cuales, el mayor, Antonio Dionisio, nació el 23 de marzo de 1848.
La infancia y la primera adolescencia del primogénito de los Lussich-Griffo transcurrieron sin sobresaltos, con el telón de fondo de las revoluciones y guerras civiles que desgarraban a la república pastoril y caudillesca desde sus inicios como Estado independiente.
Tras educarse en el Colegio Alemán, donde recibió una sólida instrucción básica que luego enriqueció con lecturas y viajes, Antonio, con poco más de veinte años, decidió incorporarse al ejército revolucionario del caudillo blanco Timoteo Aparicio, cuando éste se levantó en armas contra el gobierno presidido por el general Lorenzo Batlle en la llamada Revolución de las Lanzas.
A lo largo de los dos años que duró la campaña militar, combatió a la par de sus compañeros de armas, acumulando experiencias e impresiones que plasmó en el poema gauchesco “Los tres gauchos orientales” (1872). Su éxito propició un segundo poema, “El matrero Luciano Santos” (1873), prosecución del primero, y luego un tercero, “Diálogo entre los paisanos Cantalicio Quirós y Miterio Castro en el Club Uruguay” (1883).
Se comenta que su padre le llamó la atención, reclamándole que se incorporara a la empresa familiar y asumiera las responsabilidades inherentes a su condición de hijo mayor. “De la poesía no se vive”, le dijo, y al constatar el peso de sus palabras, matizó: “pero sin poesía tampoco se puede vivir”.
Bajo su mando, la empresa inició una etapa de crecimiento y expansión como no había experimentado nunca. Es más, la propia figura de Lussich, que había alcanzado una popularidad inusual, se convirtió en una referencia ineludible para la sociedad uruguaya de finales del siglo XIX y principios del XX. Sus hazañas en el mar, como rescatista, eran relatadas y resaltadas por los medios de prensa de la época, destacando su coraje y destreza, ya que él mismo encabezaba los salvatajes más difíciles, por lo general a bordo de su barco Huracán.
De su experiencia en esta actividad, surgieron un folleto titulado “Naufragio de la barca inglesa ‘Mabel’. Mis impresiones” (1886) y un extenso trabajo titulado “Naufragios célebres en el Cabo Polonio, Banco Inglés y Océano Atlántico” (1892).
En 1879, Antonio Lussich contrajo matrimonio con Ángela Portillo (1861-1944), con quien tuvo una vasta descendencia, compuesta por ocho hijas mujeres y un varón, el menor, llamado Milton, en honor al poeta inglés John Milton.
En 1896, con casi cincuenta años y una sólida posición económica y social, desembarcó por primera vez en la bahía de Portezuelo y se enamoró del lugar.
Escuchó que esas tierras estaban a la venta y adquirió 1.200 hectáreas en Punta Ballena, que luego extendió a 1.900.
A una edad en la que la mayoría de sus contemporáneos elegía el camino del retiro, Lussich se planteó un nuevo desafío. Se propuso forestar su propiedad, y pese a los obstáculos naturales y a la opinión de los expertos que consideraban que su empeño sería inútil, planeó su bosque y lo hizo realidad a fuerza de ingenio y tenacidad, plantando miles de árboles y plantas de las más variadas especies traídas de todas partes del mundo.
A lo largo de ese tiempo, mantuvo un intenso contacto epistolar con empresarios, políticos e intelectuales de dentro y fuera de fronteras, como ser el poeta mexicano Amado Nervo, a quien dedicó unos versos que se conservan en el archivo, así como con el pintor Juan Manuel Blanes, el escritor Juan Zorrilla de San Martín y el abogado y también artista plástico Pedro Figari, entre muchos otros.
A propósito, un aspecto que merece ser destacado es que, pese a su origen blanco y a su pasado como soldado revolucionario, Lussich mantuvo un trato cordial con el hijo del general Lorenzo Batlle, a quien se enfrentó en la Revolución de las Lanzas, el también mandatario colorado José Batlle y Ordoñez, que a su vez fue quien tras la última revolución saravista puso fin a la política de coparticipación consagrada tres décadas antes en la Paz de Abril.
Cuenta Ernesto Villegas Suárez que, a mediados del año 1919, Batlle y Ordóñez, que realizaba una visita de carácter político por el departamento de Maldonado, recibió una invitación del propio Lussich para que conociera su residencia. Batlle accedió, y asistió junto a su esposa, Matilde Pacheco, quienes fueron agasajados con un almuerzo en su honor.
Es más, su vínculo con los referentes de su tradicional adversario da la impresión de que fue tan amable y cercano que motivó a la dirigencia colorada a ofrecerle en 1910 una candidatura a diputado, que Lussich rechazó aduciendo que “no es político”.
En 1917, después de más de siete décadas de actividad, cerró su empresa de remolque, lanchajes y salvamentos, y sus barcos -la famosa flota gris- fueron adquiridos por la recién fundada Administración Nacional de Puertos, abocándose por completo a su tarea de forestador.
Consciente del paso del tiempo, le comentó a su hijo Milton en cierta ocasión mientras recorrían juntos su plantación: "lo que hoy estamos viendo, hijo mío, mañana será un gran bosque, que tu podrás disfrutar... yo no".
Sin embargo, el destino quiso que las cosas fueran de otro modo.
En 1921, el entonces presidente de la República, Baltasar Brum, visitó Punta Ballena, donde conoció a Milton. Cuando regresó a Montevideo, éste le solicitó permiso para dar una vuelta en una avioneta militar, lo que Brum autorizó. Por desgracia, el aparato se precipitó a tierra y Milton falleció en el acto, con apenas veintiún años.
Destrozado por la muerte de su heredero, Lussich le dedicó unos versos que dan cuenta de la tristeza que lo acompañó el resto de sus días:
“… Sombrío y triste como tu antro helado/ será mi porvenir eternamente! / Seguirán en mi alma y en mi mente/ incrustadas tu imagen y tu ausencia!/ Concluirán cuando vuele mi existencia hasta a ti… abrazado para siempre!”.
Antonio Lussich falleció el 5 de junio de 1928, en Montevideo, a la edad de 80 años, y conforme a su deseo, fue sepultado en una hondonada de la colina que forma la Punta Ballena, entre los árboles y plantas con las que se propuso colonizar los médanos y domar el viento.