El Salto Oriental
El Salto Oriental
Prudencio Quiroga, de origen bonaerense, llegó al litoral uruguayo en 1864. Se instaló en Salto, que por aquel entonces contaba con menos de veinte mil habitantes, y se unió a las tropas coloradas. Eran los años de las guerras civiles de la segunda mitad del siglo XIX que enfrentaban a las divisas blancas y coloradas. Con los años, adquirió un buen pasar económico, incluso llegó a ser cónsul argentino en territorio uruguayo. Primero fue rematador, luego fue propietario de un astillero, un negocio que por aquel entonces era muy rentable cuando el río era una vía de comunicación segura con los puertos de Buenos Aires y Montevideo. En 1868 contrajo matrimonio con la salteña Juana Petrona Pastora Forteza. Juntos tuvieron cuatro hijos: Pastora (1870), María (1873), Juan Prudencio Ladislao (1876) y el menor, que nació el 31 de diciembre de 1878 y fue bautizado en la parroquia de Nuestra Señora del Carmen con el nombre de Horacio Silvestre.
La familia poseía dos casas, una sobre la calle principal y una casaquinta a dos kilómetros del centro, donde predominaban los paisajes agrestes. En 1879 y casi como un adelanto de los personajes quiroguianos, en una salida de caza sobre el arroyo San Antonio, Prudencio Quiroga murió al dispararse en forma accidental con su escopeta.
Ese mismo año, Pastora viajó a Córdoba y se instalaron allí por cuatro años. Su hija María había sido diagnosticada con bronquitis asmática y recomendar el aire fresco de la sierra para curar las enfermedades respiratorias era una práctica médica común. En 1883 regresaron a Salto y Horacio cursó estudios primarios en el Colegio Hiram, institución educativa orientada por la masonería. En 1891 Pastora se casó con Asensio Barcos y la familia se trasladó a Montevideo por dos años. En la capital, Horacio asistió al Colegio Nacional y cuando volvió al litoral fue estudiante del Instituto Politécnico Osimani y Llerena.
Una vez que regresaron a Salto, su padrastro sufrió una hemorragia cerebral que lo dejó con una inmovilidad casi total. Ante esta parálisis, era Horacio quien le servía de intérprete. Pocos años después, en 1896, su padrastro se suicidó al accionar el gatillo de una escopeta con el dedo de su pie. Fue él quien encontró su cuerpo.
Según expresan José María Delgado y Alberto Brignole (1939), dos de los biógrafos de Quiroga a quienes se les deben los mayores aportes sobre estos primeros años de formación, al futuro escritor lo caracterizaba un carácter indisciplinado y su poca afición a los estudios curriculares; era, en cambio, una persona de acción, el germen de su creatividad se gestó en la experimentación de diversas disciplinas. Sus principales intereses fueron el ciclismo, la química, la fotografía, la esgrima, la mecánica y la carpintería.
En 1893 fundó el Club Ciclista de Salto e incluso realizó acciones organizativas para la instalación de un velódromo en esta ciudad. Sin embargo, según indica Leonardo Garet en Quiroga: estudios reunidos no se conservan noticias de la ubicación de esta pista de carreras.
Gran lector y lúdico con la pluma, Horacio Quiroga se embarcó por los caminos de la escritura. Comenzó con el seudónimo de Aníbal en los grupos estudiantiles que se enfrentaban bajo los nombres de "cartagineses y romanos". En 1896, bajo la inspiración de Alejandro Dumas, reunió a sus amigos Alberto Brignole, Julio Jaureche y José Hasda para formar una comunidad literaria: La hermandad de los Tres Mosqueteros. Cada uno de los integrantes tuvo un seudónimo inspirado en la novela del escritor francés: Athos (Brignole), Porthos (Hasda), Aramis (Jaureche) y D’Artagnan (Quiroga). Leían textos de autores decadentistas, escribían cuentos y poemas.
Esta agrupación marcó en la vida de Quiroga los primeros esbozos de la creación colectiva que años más tarde lo llevaría a otros espacios habitados por artistas y al intercambio de actividades culturales en los cenáculos montevideanos. En 1897 y también firmando con seudónimos, comenzó a colaborar en algunas revistas salteñas: Gil Blas, La Reforma y La Revista Social.
A fines del siglo XIX no era común tener una bicicleta en una ciudad tan pequeña como Salto, sin embargo, la posición económica de su familia le permitió protagonizar una importante proeza deportiva: unir las ciudades de Salto y Paysandú en su birrodado.
Quiroga y algunos amigos salieron de su ciudad natal el 27 de noviembre de 1897 en horas de la madrugada, en menos de una hora cruzaron el río Daymán. Vale la pena señalar que en aquel momento no había una ruta que uniera ambas ciudades y, en muchos casos, ni siquiera se contaba con puentes sobre los ríos y arroyos que debieron atravesar. En el primer podcast Historias del litoral se puede escuchar la narración de esta hazaña deportiva de un joven Quiroga que, como un protagonista de sus cuentos, vivió una extraña aventura esa noche de lluvia. Escuchar "Horacio Quiroga, el ciclista".
La anécdota de ese viaje fue una de las primeras publicaciones de Quiroga en la prensa, la firmó bajo el seudónimo "Dos ciclistas" y apareció el 3 de diciembre en La Reforma de Salto. Allí cuenta en detalle todo el recorrido, indica con precisión las leguas que separan una población de otra, señala la hora a la que llegaron a cada paraje, enumera las treinta corrientes de agua que pasaron y cuenta los ochenta alambrados que debieron cruzar con la bicicleta al hombro. Por momentos, la crónica del viaje cede paso al narrador que se destaca en detalladas descripciones:
"La lluvia se transforma en diluvio y el viento en huracán. Las barras laterales del puente —anchas de 40 centímetros— nos cubren algo del agua; pero como son bajas, tenemos que doblar completamente las cabezas.
En otra ocasión pareceríamos cariátides del siglo XIX sosteniendo puentes, no fronteras. Se arremolina el viento y el agua nos empapa de pies a cabeza. Las mangas del saco son bombas al moverse. Por todos lados el cielo está lívido. El campo triste, mojado, algo fantástico a través de la gasa que produce el agua al chocar en el puente. Si continúa la lluvia de esa manera, muy pronto el arroyo va a desbordarse y a arrojarnos de su lecho.
A las 10:30 resolvemos seguir la marcha, tiritando de frío, bajo un suelo descompuesto. Las ruedas ceden sin avanzar; el viento sopla cada vez más y nuestra cintura se esfuerza casi inútilmente en recobrar su posición vertical: los músculos se atensionan como cilindros de acero que han perdido su elasticidad".
Años más tarde, en un artículo de La Revista de Salto, se referirá a los beneficios y atributos de la bicicleta. En el número diez de esta publicación se puede leer esta exaltación del ciclismo:
"Una de las características del siglo que va a morir es la adquisición de velocidades anormales. En primer término, la electricidad [...] Luego las locomotoras, las torpederas, los transatlánticos, todos los medios de locomoción que elaboran en su vientre de acero digestiones de kilowatts, y cuyo esfuerzo vital arrastra por las tierras y por las aguas, masas de progreso o de destrucción.
La bicicleta es la máquina de la actualidad y del porvenir. Vendrán grandes perfecciones en los modernos medios de locomoción, vendrán los automóviles ideales, submarinos, globos dirigibles, todo lo que se quiera y es digno de nuestro adelanto y entusiasmo; pero condensar en un casi juguete los medios de gran movilidad, de gran sport, de gran diversión y de gran ejercicio, es el postrer esfuerzo de este siglo, tal vez impotente para producir otro semejante. Porque el gran atractivo de la bicicleta consiste en transportarse, llevarse uno mismo, devorar distancias, asombrar al cronógrafo, y exclamar al fin de la carrera: ¡mis fuerzas me han traído!".
En 1898, Quiroga conoció a María Esther Jurkowski, de quien se enamoró perdidamente. La muchacha era la hija del médico Julio Jurkowski y Carlota Ferreira, a quien había retratado Juan Manuel Blanes. La familia del futuro escritor se opuso a la relación y Carlota, ofendida, se fue con su hija a Buenos Aires. Años más tarde, en 1905, Quiroga se encontraría con ellas en la capital argentina; los desencuentros y la desilusión de aquella relación juvenil inspirarían el cuento "Una estación de amor", el más romántico de los Cuentos de amor de locura y de muerte (1917).
Uno de los principales proyectos de juventud de Quiroga fue la fundación y la dirección de La Revista de Salto, publicación de literatura y ciencias sociales que, con una frecuencia semanal, llegó a editar veinte números entre setiembre de 1899 y febrero de 1900. Lo acompañaron en esa hazaña su primo José María Fernández Saldaña, Asdrúbal Delgado, Alberto y Atilio Brignole. En un estilo íntimo y directo se conformó este semanario que, mediante diversos artículos y producciones, intentó defender la bandera de la creatividad y el pensamiento reflexivo. El propio Quiroga fue quien escribió la introducción que abrió la primera entrega:
"Todo periódico al salir a la luz, se traza un programa, rojo o blanco. Es combatiente o explosivo. Levanta la bandera punzó o rehúye toda idea de que no sea tranquila, todo concepto que no equilibre. Nuestro programa es simplemente exposición. Abrimos estas columnas a los que en el Salto meditan, analizan, imaginan y escriben... A los que resuelvan un sentimiento en un pensamiento, y un pensamiento en una verdad...".
Los textos que Quiroga publicó allí —prosas y poemas— dan cuenta de la influencia del Modernismo y, sobre todo, de la figura rectora del argentino Leopoldo Lugones, a quien rindió tributo y a quien conoció años más tarde. En la novena entrega de esta publicación dio a conocer su primer cuento: "Para noche de insomnio".
En la entrega del 4 de febrero de 1900 la Revista de Salto llegaba a su fin, también fue Quiroga el responsable de darle cierre a esa publicación que se había iniciado pocos meses antes, no sin dejar de criticar la indiferencia de la sociedad salteña ante este proyecto que se vio obligado a llegar a claudicar.
"Este es el último número de la Revista. Fueron nuestras intenciones hacer una publicación duradera, algo así como una hoja constantemente abierta a la que de bueno a regular se escribiese en Salto. [...] La masa común rechaza toda efervescencia que pueda hacer desbordar su medida de lo acostumbrado. No quiere anchos horizontes, ni reflexiones ni verdades desconocidas: quiere distraerse, entretenerse, preocuparse por la silueta enigmática, descrifrar un jeroglífico. No juzga. La literatura, para ella, no debe buscar la excitación del pensamiento o sentimiento; debe no aburrir, sencillamente. Y conforme a ese modo de ser, las revistas languidecen y mueren. ¿Porque están mal escritas? No: porque no se leen".
A los 21 años el joven escritor decidió buscar nuevos horizontes. Con lo que le quedaba de su herencia decidió viajar a Europa, a la capital mundial de la cultura: París, visita obligada de los dandys del Novecientos.
Fue así que se embarcó a Montevideo y desde allí, a bordo del Cittá di Torino, viajó hacia Europa el 30 de marzo de 1900. La peripecia de su viaje fue anotada en un diario que algunos años después de su muerte, y gracias al trabajo de Emir Rodríguez Monegal, se publicaría bajo el título de Diario de viaje a París (1950). La visita al viejo continente fue breve, regresó a los pocos meses para fundar el Consistorio del Gay Saber, cenáculo emblemático del Novecientos.