El encuentro con la naturaleza

Foto publicada en Caras y Caretas, 1934-1935

Quiroga en Misiones, años treinta

El encuentro con la naturaleza

Devastado por la muerte de Ferrando, Quiroga abandonó Uruguay en 1902. Se instaló en la casa de su hermana María, en Buenos Aires. Ese mismo año, gracias a su cuñado, consiguió un puesto como profesor de castellano en el Colegio Británico.

Al año siguiente, en 1903, Leopoldo Lugones lo invitó a realizar una expedición fotográfica por las ruinas jesuíticas de Misiones. Quiroga estaba a punto de ingresar en una nueva etapa de su narrativa, mucho más madura y de una experiencia personal quizás aún mayor que la inspirada en sus tragedias familiares. Como afirma Rúben Cotelo, "La selva misma era un sitio misterioso, amenazador, desconocido, cambiante. El símbolo se hizo realidad. Era como vivir en el escenario mismo de las alegorías que expresaban su inconsciente, era tal vez la verificación de hondas premoniciones".

Es en este mismo año que inició sus primeras colaboraciones con la prensa de Buenos Aires, en el número 67 del semanario ilustrado El Gladiador publicó "Rea Silvia". Pero la vida como escritor no era redituable. En 1904, publicó El crimen del otro, su primer libro enteramente narrativo, bajo la influencia notoria de unos de los autores que siempre lo acompañó durante su vida, Edgar Allan Poe. 

Antes de establecerse en Misiones, con lo que le quedaba de la herencia de su padre compró algunas hectáreas en El Saladito, Chaco para dedicarse al cultivo de algodón a siete kilómetros de Resistencia. Fueron tiempos de experimentación dentro de la naturaleza virgen. Durante dos años y con limitadas visitas a Buenos Aires, residió allí con las esporádicas visitas de sus amigos Ernesto de las Muñecas y José Hasda. Pero esta aventura acabaría pronto, en octubre de 1905 volvió a Buenos Aires, tras el fracaso de su emprendimiento. Se ganó la vida escribiendo en medios periodísticos como La Nación y Caras y Caretas. Además, frecuentaba el café La Brasileña, espacio de reunión de escritores y periodistas. En la capital se reencontró con la docencia, pero esta vez en la Escuela Normal, allí conoció a Ana María Cirés, una alumna que se convertiría en su primera esposa.

En 1906 compró 185 hectáreas en Misiones, cerca de las inmediaciones de San Ignacio. Construyó allí un bungalow con el objetivo de establecerse definitivamente en la selva junto a su esposa. A pesar de la oposición de los padres de Ana María, Quiroga logró vencer estos obstáculos y se mudó con ella en 1910. Durante los primeros días acompañaron a la pareja la madre de Horacio, Pastora Forteza y su amigo Alberto Brignole, con el fin de colaborar en la adaptación del nuevo entorno.

El 29 de enero de 1911 nació en San Ignacio su primera hija, Eglé. El parto no contó con intervención médica, bajo la propia voluntad del escritor, fue él quien asisitó a su esposa. Casi un año más tarde, el 15 de enero de 1912 y en Buenos Aires, nació su hijo Darío. La educación de los niños se realizó en el hogar. Los peligros y la desolación de la selva fueron las bases didácticas para el aprendizaje de las amenazas de la vida. El acercamiento a la flora y la fauna selvática marcaron la infancia de estos niños. Tenían un zoológico doméstico; en grandes jaulas de madera se podían encontrar un aguará guazú y un coatí. Además, libres por el jardín vagaban un oso hormiguero, un carpincho y varias aves. La influencia de estos animales en la vida cotidiana jugó un papel fundamental en lo que luego volcaría en su escritura.

Eglé y Darío

Eglé y Darío con un búho y una ardilla

El mensú es tenido como un salvaje, incluso es "cazado" por el hombre blanco si intenta escapar. Existe, además, una postura de Quiroga frente a la modernización que es presentada desde una óptica que pretende mostrar cuáles son las consecuencias que genera la masificación de la industria. En otro de sus cuentos, "Los destiladores de naranja", el autor muestra la pérdida de las costumbres relacionadas a la tradición, mientras que al mismo tiempo se inclina por mostrar los nuevos inventos y las creaciones industriales.

Pero una vez más, la desgracia golpeó a su puerta. En 1915, Ana María Cirés decidió quitarse la vida bebiendo una sustancia que utilizaba su esposo para revelar sus fotografías. Existen distintas versiones sobre su muerte. Delgado y Brignole afirman que "por celos, se suicidó ingiriendo un sublimado". Otra de las versiones dice que el motivo que la llevó a la muerte fue la imposibilidad de soportar una vida salvaje y solitaria. Esta versión se argumenta, además, por el acta de defunción que transcribe Annie Boule Cristauflour en su artículo "Horacio Quiroga cuenta su propia vida", en el que afirma que su muerte, el 10 de febrero de 1915, tuvo una una lenta agonía. 

Retornó a Buenos Aires después de seis años en Misiones, y dejó a sus hijos al cuidado de su abuela materna. Alquiló un sótano ubicado en la calle Canning 164. De su estancia en la capital argentina, sabemos que Quiroga se desempeñó como funcionario del Consulado General del Uruguay, labor que hizo que mejorara su situación económica y se mudara a un apartamento en la calle Agüero. Sin embargo, su rendimiento no fue el más destacado. Cotelo afirma que la labor de Quiroga se basaba prácticamente en utilizar las oficinas del consulado para encerrarse a escribir, luego de limitar su colaboración "a la mínima rutina". 

El encuentro con la naturaleza