Un escritor modernista
Un escritor modernista
El 21 de marzo de 1900 Quiroga viajó a bordo del Montevideo de Salto a la capital uruguaya y nueve días más tarde se embarcó a Europa, primero a Génova y de allí a París. Llegó a la capital francesa el 25 de abril, con 88 pesos en el bolsillo, según declaró en su Diario de viaje a París:
París - Abril 25 - 900
Llegué anoche á las 7 y 20 p.m., en punto. Dejé mi equipaje en depósito (tampoco me revisaron nada), y tomé un carruaje, los cocheros de los de alquiler llevan librea. Fuí a Casa de Villan et fils, Calle de l'Entrepot, 13. No estaba, y pregunté por Escalante, para quien traía una tarjeta. Como no salían, fuimos con el portero á inquirir por cafés, hoteles y casas de hospedajes sospechosas donde viviría. Dimos con la casa; no estaba.
Pedí un cuarto para dormir y marché á la calle, con cierta hambre, pues eran las 9 p.m. y no había comido nada. Compré un pan por diez céntimos y entré a un café / á tomar un ídem: 20 cts. ¡Qué cena magnífica. Volví a dormir á las 10 p.m., y ahora acabo - 8 a.m., - de hablar con Escalante. Parece muy buen muchacho. Le expuse mis intenciones de vivir con $ 50. Le pareció difícil la cosa, pero, buscando, se encuentra. Saldremos enseguida.
París es una buena cosa, algo así como una sucesión de avenidas de Mayo populosísimas, llenas [de] luz, de gente corriendo, de gente hablando en la calle, de turcos, de bicicletas y de deslumbramiento. La casa donde he dormido cuesta 5 francos diarios: Se supone que es mucho para mí, aunque en general no es caro, dados la bondad de la pieza y el pedido de cuartos.
La exposición no está ni medio concluída, según me han dicho. Pagaré un franco de entrada. He llegado a París con $ 88.00, es decir con 440 francos".
El viaje que Quiroga realizó a París está documentado en su propio diario. Según Emir Rodríguez Monegal, Quiroga habría entregado las libretas con las anotaciones de su travesía por la capital francesa a su amigo Ezequiel Martínez Estrada y estas no fueron publicadas hasta la transcripción que el propio Rodríguez Monegal realizó en 1950.
En el prólogo a estas transcripciones, el crítico uruguayo se basa en la biografía Vida y obra de Horacio Quiroga (1939) de José María Delgado y Alberto J. Brignole, para remarcar que aquello que podría parecer una aventura del joven escritor por la deslumbrante París, no fue más que un dolor de cabeza para un Quiroga que debió volverse con la ayuda de familiares: "Se embarcó como un dandy: flamante ropería, ricas valijas, camarote especial, […] en cada paso por la colina de Montmartre un sueño, y, al fin, la fama, el reconocimiento triunfal en los más célebres cenáculos… Pasó todo exactamente al revés". Según afirman sus biógrafos y amigos: "Volvió con pasaje de tercera […] un saco con la solapa levantada para ocultar la ausencia de cuello, unos pantalones de segunda mano, un calzado deplorable […] Costó reconocerlo. Del antiguo semblante solo le quedaba la frente, los ojos y la nariz, el resto naufragaba en un mar de pelos negros que nunca más […] se rasuraría".
Es que Quiroga, afirma Rodríguez Monegal, quizás nunca tuvo claro el motivo de su viaje. Incluso, hay anotaciones que demuestran el arrepentimiento del escritor salteño luego de haberse topado con la desilusión parisina. El diario comienza el 21 de marzo de 1900 y dos semanas después de desembarcar, se podía leer la añoranza de volver. En la anotación del 6 de abril, escribía: "En estos momentos reniego formalmente de haber emprendido este viaje, el más estúpido de los que he hecho, estúpido, sí, estúpido; me volveré idiota y genovés…".
Sería fácil suponer que Quiroga perseguía el sueño de todo escritor con aires de grandeza y aspiraba a encontrar en Europa lo que no podía satisfacer en nuestro medio. Sin embargo, también sería fácil adivinar que una personalidad como la suya, no se aggiornaría sencillamente a la moderna París. Por otra parte, y a pesar del evidente fracaso, el viaje conspiró a favor de otros aspectos de la vida del escritor, que debió sortear dificultades económicas al encontrarse solo, tan alejado de su tierra, lidiando con el hambre y la desilusión.
Más allá de su desencanto con la bohemia parisina, su afición hacia el ciclismo continuaba intacta. En una de las cartas que le envía a Julio Payró, él mismo confiesa que su viaje a París fue "por la bicicleta". Frecuentó carreras ciclistas donde se encontraban los corredores que admiraba, incluso participó de una carrera en el Parc des Princes, en la que lució la camiseta del Club Ciclista Salteño. De todos modos, sin dinero y con la decepción del viejo continente, retornó a Uruguay unos meses más tarde.
Volvió a Montevideo el 12 de julio de 1900 como pasajero del barco Duca de Galiera proveniente de Génova. Poco después fundó el conocido Consistorio del Gay Saber, emblemático cenáculo bohemio modernista montevideano, que primero estuvo ubicado en la calle 25 de Mayo 118 y que luego se trasladó al número 113 de la calle Cerrito. El nombre del consistorio fue elegido por Federico Ferrando, haciendo referencia a las agrupaciones poéticas provenzales ya que Ferrando se había formado con estudios críticos de la lengua castellana, realizados por Marcelino Menéndez Pelayo y Emiliano Diez Echarri, textos en los que se menciona que en el siglo XIV se fundó en Toulouse el Consistori del Gay Saber, con la intención de mantener la tradición lírica trovadoresca.
En este nuevo cenáculo montevideano, cada uno de los integrantes se adjudicó honores religiosos romanos en relación al nombre elegido. Horacio Quiroga fue el Pontífice; Federico Ferrando, el Arcediano; Julio Jaureche, el Sacristano; Alberto Brignole, el Campanero; Asdrúbal Delgado y José María Fernández Saldaña, los Monagos. Expresa Leonardo Garet que "El Consistorio fue un verdadero laboratorio no solo modernista, sino de las vanguardias más adivinadas y autóctonas que estudiadas y europeas".
No debemos olvidar que el cenáculo estaba conformado por noveles estudiantes de las afueras de la capital y que algunos ya se conocían desde La hermandad de los Tres Mosqueteros y La Revista del Salto. Con respecto al lugar donde se reunían, expresa Fernández Saldaña: "Era una piecita larga y angosta […] con un balcón en el que nunca había sol […] La escalera era un fatigoso y oscuro caracol de madera que concluía bajo un tragaluz sin ventana, abierto al cielo".
Compartimos algunos documentos escritos de puño y letra por los integrantes de este cenáculo, algunos de ellos circularon en la prensa pero otros solo tuvieron una circulación interna, como las "Páginas biográficas", en las que aquellos jóvenes imaginaban cómo acabarían sus vidas dedicadas a las letras. Al comienzo se aclara que son "Páginas arrancadas de un diccionario biográfico, que vio la luz en París el año 1950". Además de estos textos, durante estos años, Quiroga publicó en Rojo y Blanco y además obtuvo el segundo lugar en un concurso de cuentos en la revista La Alborada.
Ya con varias publicaciones en su haber, en 1901 da a conocer su primer libro: Los arrecifes de coral, configurándose así como escritor profesional. Quiroga hizo de la literatura no solo un pasatiempo sino una forma de subsistencia, se dedicó a la escritura en forma sistemática y sostenida. Esta primera obra no tuvo buenas repercusiones en su momento. En primer lugar, porque se realizó en el contexto social del Novecientos, donde la incorporación de poesía y prosa en un mismo espacio resultaba incomprensible. Por otro lado, el hecho de publicar un libro siendo un escritor que todavía estaba por fuera del ámbito académico y sin el reconocimiento que luego le llegaría, generaba que los críticos del momento desvalorizaran el mérito y la estimación de su producción. Aun así, Quiroga siguió escribiendo y publicando.
El espíritu de las publicaciones revolucionarias del consistorio hizo que pronto ganaran varios enemigos. Tal como afirma Arturo Sergio Visca "los consistoriales no tenían pelos en la lengua". Comenzó, entonces, un enfrentamiento literario entre Federico Ferrando y el periodista Guzmán Papini y Zas en La Tribuna Popular.
El tono de las publicaciones fue incrementando el daño moral y personal de cada uno, se incluyeron deshonras e improperios que acabarían en la defensa del honor, ya que se retaron a duelo. Este fue el principio de la tragedia.
El 5 de marzo de 1902, mientras Quiroga le enseñaba cómo utilizar el arma que Ferrando había adquirido ese día, un disparo inesperado impactó en la cabeza de su amigo. Esta vez, Quiroga no solo fue testigo de una muerte, sino culpable accidental de ella. Fue detenido en ese momento, pero su defensor, el Dr. Manuel Herrera y Reissig, logró demostrar la inocencia del escritor ya que Héctor Ferrando, hermano de Federico, también se encontraba presente durante el incidente y su versión del accidente coincidía con la del escritor. Al otro día, La Tribuna Popular titulaba "El suceso de ayer. Lamentable tragedia, muerte de Federico Ferrando"
"El infausto suceso ocurrió a las 18:45 horas en el domicilio de la familia situado en la calle Maldonado 354. A esa hora se encontraba este en su habitación en compañía de su hermano Héctor y de su amigo el joven Horacio Quiroga. Este se ocupaba de examinar una pistola Lafaucheux que momentos antes había comprado el joven Héctor Ferrando, por indicación de su hermano Federico.
Mientras Quiroga se ocupaba de inspeccionar el arma y cargarla a la vez, los hermanos Ferrando, que se hallaban sentados en la cama, observaban la operación. Quiroga se hallaba frente a Ferrando y después de cargar el arma al cerrar los dos caños para asegurarla se le escapó un tiro, hiriendo de tanta gravedad al joven Federico Ferrando, que dejó de existir casi instantáneamente".
A los pocos días del incidente, Quiroga se encontraba con libertad bajo fianza. Pero la muerte de Ferrando no solo marcó un antes y un después en su vida, sino que también significó la disolución del consistorio y la radicación de Quiroga en Argentina. Parece ser que el destino no siempre es azaroso y todo responde a un plan previamente trazado, como él mismo dirá en 1929, en su segunda novela, Pasado amor:
"El destino no es ciego. Sus resoluciones fatales obedecen a una armonía todavía inaccesible para nosotros, a una felicidad superior oculta en las sombras, de la que no podemos aún darnos cuenta".