Los años de formación

Escudo de Oribe

Escudo de armas de Oribe. (Archivo de BNU)

Casa natal de Oribe en Melo. Calle 18 de Julio esquina Sarandí.

Casa natal. Calle 18 de Julio esquina Sarandí, Melo. (Anáforas)

Emilio Oribe adolescente (Anáforas)

Emilio Oribe adolescente (Anáforas)

LOS ORÍGENES

Emilio Oribe nació en la Villa de Melo, Cerro Largo, el 13 de abril de 1893. Sus padres fueron Nicolás Oribe, comerciante de origen vasco, que en ese momento tenía treinta y seis años y Virginia Coronel, uruguaya de treinta y un años. 

En la colección Emilio Oribe del Archivo Literario de la Biblioteca Nacional se conserva un estudio de la genealogía familiar y, en un álbum confeccionado por el propio autor, la imagen de su escudo de armas. En 1965, su hijo Emilio Nicolás Oribe recogió la información familiar en el libro Los Oribe de Álava. Descendencia en América. En la sala Uruguay de la BNU se conserva un ejemplar en el que se puede leer la dedicatoria de Emilio Nicolás a su padre, ejemplar que aquí reproducimos parcialmente.

En el poema «La rosa creada», Oribe homenajea a sus mayores fijando el punto de su origen artístico en aquellos orfebres que trabajaban el metal con dedicación y maestría:

La rosa creada

"Un vaso de oro firmaron
con una rosa. Y pasaron".
Anónimo del s. XV

I

Desde hace siglos fueron
por norma
o por naturaleza
aurífices los Oribe.
En la forma
en que lucieron,
garzas y halcones unían,
y ante la muerte opusieron
la Belleza.

[...]

Los mejores
un vaso eterno firmaron
con una rosa,
nada más.

[...] 


II

Varón de errante armonía
con un halcón sobre el hombro,
mi padre vino
más tarde.
En él ardía
mi destino increado,
como una idea brumosa.

Con el Ser, me dio el pecado
de lo infinito. El halcón
en el pico me ofrecía
una rosa.


III

¡Vino mi obra! La cumbre
actual de un sueño ya ido,
alumbró a la muchedumbre
que en mi sangre iba al olvido.

¡Oh, Poesía!
¡Oh la obra, ardiente y pura!
¡Oh instantes y oros logrados!
¡Fiel a aquella grey oscura,
coronando la maestría
de siglo que en mí se nombra,
sueño en mis antepasados
y en su copa de alta sombra
firmo con la rosa mía!

En verso y prosa, Oribe dio a conocer información de su biografía, por ejemplo en la introducción a Rapsodia bárbara (1953) recoge episodios de infancia que lo revelan como un heredero del mundo gaucho, es así que leemos:

[...] en la parte más íntima de lo vital y emocional, consagré un culto comprensivo y directo por lo gauchesco. Es que vengo directamente de gauchos por el lado de mi madre. Hay como trescientos años de militancia gaucha, selvática, errabunda, en las prolongaciones de mi ser hacia lo pasado (pp.3-4).

Buena parte de sus primeros años de vida los pasó en la casa de su abuelo en campos de Cerro Largo, de ese tiempo evocó:

Mis primeros recuerdos me iluminan gauchos y llanuras. Por la casa de mi abuelo, en donde vivíamos entonces, pasaron gauchos con divisas blancas y lanzas que formaban parte de la revolución de 1887. Son las primeras imágenes que tengo del universo. [...] después supe que mis parientes estaban entre los revolucionarios (p.4).

De esta manera transcurrieron los primeros años de infancia de Emilio Oribe, pasó temporadas en la casa del abuelo y luego en Tacuarí, en el Rincón de Coronel. La familia Coronel era de las más antiguas y respetadas en el departamento, según informa Emilio N. Oribe en Los Oribe de Álava.

La infancia fue para Oribe una etapa de felicidad que recuerda como momentos en que: «Gozaba de una gran libertad de acción en medio de espectáculos primitivos y grandiosos» (p. 5).

Los Oribe de Alava

Los Oribe de Álava, Emilio Nicolás Oribe, 1965.

En 1904 ese sueño arcádico se vio interrumpido. La Revolución de 1904 provocó que los padres de Oribe lo trasladaran a la capital departamental.

En Melo, ya la vida mía cambió muchísimo. [...] La guerra civil se apoderó de mis preocupaciones. La familia de mi madre estaba totalmente del lado de los blancos. Tíos y primos, muchachones y hombres andaban a quienes yo admiraba, andaban en los ejércitos de Saravia. Yo conocí a Saravia en su casa, antes de 1904. Anduve entre sus hombres de confianza, sus soldados íntimos, sus asistentes. Lo vi cruzar por las calles de Melo entre sus escuadrones, y llegó a mí un eco del poder de seducción y dominio
que ejercía en todos los hombres. Le tuve una devoción muy grande
(pp. 7-8).

Este primer traslado fue el preludio de su viaje a Montevideo en 1905. Una vez en la capital, asistió primero al colegio Victor Hugo y luego ingresó a la Universidad. En esos años se convirtió en un ávido lector, se familiarizó con las ideas avanzadas de la ciudad, leyó la colección de la editorial Sempere y cambió los fogones por los cafés y billares de La Aguada, y los gauchos por los anarquistas y libertarios. En Rapsodia bárbara declaró: «Iba a las asambleas de obreros, tanto como a las del partido blanco. Devoraba cuanto libro y revista caía en mis manos» (p. 9).

Más tarde, en un viaje al campo retomó el contacto con la vida libre y vivió aventuras que junto a la experiencia montevideana fueron conformando su educación sentimental. En este tiempo sintió la atracción de la literatura gauchesca y leyó el Martín Fierro de José Hernández, Ismael de Acevedo Díaz y Gaucha, Gurí Facundo Imperial de Javier de Viana.

La influencia de la literatura gauchesca y el amor a ese mundo que se iba desdibujando se hicieron presentes en los primeros artículos que publicó en La Razón. En 1912 escribió bajo el nombre Ismael Velarde, como el personaje de Acevedo Díaz, artículos en defensa del indio.

En Montevideo retomó su educación formal en Medicina al mismo tiempo que desarrolló otros intereses: «En esta ciudad, al margen de los estudios, fui a los cenáculos literarios y alterné con amigos que sufrieron cárcel por disturbios obreros. Recuerdo haberme acercado a la silueta de Florencio Sánchez en los cafés de la Plaza Independencia y en los teatros»  (p.11).

Las lecturas de estos años ahondaron en la cantera gauchesca al sumar a Ernesto Herrera, Hilario Ascasubi, Estanislao del Campo, Bartolomé Hidalgo, Domingo F. Sarmiento y Ricardo Güiraldes entre otros. Con el tiempo sumó las narraciones de William H. Hudson, Francisco Espínola, la poesía de José Alonso y Trelles y las crónicas de Zavala Muniz.

Estas lecturas de formación son una parcela de su bagaje cultural, y si bien reconoció que en estas obras habitaba una verdad no dudó en afirmar lo siguiente: «Pero es bueno saber también que no les concedo a las obras principales que he leído, el carácter de grandiosidad y de epopeya que se les ha querido dar, aunque declaro que me atraen, me gustan, me arrastran en el movimiento de los sucesos y los héroes y en la descripción de los ambientes» (p.14).

TRES RELATOS Y UN DRAMA

En la colección Emilio Oribe del Archivo Literario (carpeta 1 de originales), bajo el nombre Tres relatos se conservan episodios vinculados a esta etapa de su vida.

En «El episodio de Saravia y el capitán Belén», relató los episodios sucedidos entre el capitán Belén y Saravia durante el año 1904 en las cercanías de Tupambaé. El capitán Belén quiso atentar contra la vida del caudillo y con este hecho dar fin a la guerra civil. Sobre el final del relato, respondiendo a un afán propio de la epopeya, Oribe afirmó: «buscó morir en el campo de batalla […] en una palabra buscó abrirse el pecho a la muerte».

«La narración de Gaudencio Ibáñez». En este texto, por medio de los sirvientes de Saravia, Oribe se enteró de algunas intimidades del caudillo. El relato cuenta que Gaudencio Ibáñez acompañó a Saravia en 1904 antes de la batalla de Tupambaé en una expedición nocturna desde Cerro Largo a Tacuarembó, con el fin de recoger armamento que las tropas de Abelardo Márquez traían de Argentina. Márquez cayó derrotado y Saravia no encontró el armamento según lo previsto por lo que en Tupambaé peleó con las pocas armas que aún tenía. Gaudencio declaró que lo que más admiraba era «el temple, la serenidad y el valor de Saravia».

Luego de ese entuerto, Gaudencio entendió que el caudillo se haría matar en combate al frente de las tropas, dado que «estaba convencido que tenía que morir para que su partido blanco quedara erguido en la historia». «Se presentó por propio heroísmo y por una determinación suicida como un hermoso blanco para las balas enemigas».  

«El absurdo». En esta narración, Oribe relató en primera persona la alegría que sintió cuando de niño recibió un perro como regalo. El conflicto se inicia al percibir que, tanto el capataz como los perros del campo de la familia, desprecian al nuevo animal. Describe detalles del destrato que sufre la mascota por parte del peón que tras un inconveniente con una oveja decide que terminará con su vida por no considerarlo un animal confiable. La rudeza de este hombre se contrapone a la inocente alegría del niño cuando en un arranque de rusticidad perfora el pecho del animal con su facón. Cierra el relato con una reflexión sobre lo absurdo de la existencia y la incapacidad del hombre para impedir que suceda lo que parece que ya está determinado.

Esta época y la preocupación por los habitantes de la campaña quedaron plasmados en El campo del hijo, drama en tres actos, fechado en la primavera de 1921. La acción está ambientada en los campos de Cerro Largo durante la revolución de 1904 y aborda la problemática transición de los que pasan de gauchos a paisanos. El texto se publicó en Boletín de Teseo, n.º 7 el 14.VII.1924. 

En la colección Oribe del Archivo Literario se conservan tres originales mecanografiados de la obra bajo otro título: La tierra es alma, drama en cuatro actos. Además del cambio de título, que recoge un nuevo parlamento en la escena final, Oribe dividió el tercer acto en dos y dotó de mayor patetismo el desenlace. Otro elemento a tener en cuenta es la datación que varía entre 1952, 1968 y 1971.

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