La poesía
PRIMERAS INCURSIONES POÉTICAS
En 1912, Oribe finalizó sus estudios de bachillerato y se inició como escritor, con 19 años publicó su primer libro de poesía, Alucinaciones de belleza. Estos primeros versos contaban con la influencia de Bécquer, Darío, Herrera y Reissig y de los franceses Verlaine y Samain. El libro está dedicado con las siguientes palabras: «Ilusión-Quimera-Cariño-Alma-Ensueño» a E.G., iniciales que corresponden a Estrella Gómez, su novia de juventud, que alentó su publicación. Años más tarde, Oribe renegó de este primer poemario, al punto de no incluirlo dentro de sus publicaciones.
El libro se compone de cinco secciones: «El poema del árbol» (12 poemas), «Las visiones pastoriles» (10 poemas), «Las confidencias de la tarde» (46 poemas), «El desfile de las divinidades» (13 poemas) y «Las harmonías del sentimiento» (9 poemas). Los nombres de las secciones delatan las influencias y a estas se suman Verlaine, De Musset, Lord Byron, Salvador Rueda, Hipatia y Afrodita nombres mencionados en «El desfile de las divinidades». Si bien el libro fue rechazado por su autor, tiene el valor de mostrar la variedad de fuentes en las que abrevó en ese tiempo y datar su gusto por lo clásico y simbólico.
En un lapso breve de tiempo su impulso creador se manifestó con varios títulos. Es así que entre 1913 y 1914 compuso La leyenda de las amazonas: episodio de la conquista, poema sobre el deseo metafísico de felicidad o de inmortalidad y otros poemas que luego fueron recogidos en el volumen Las letanías extrañas, publicado en 1915. En las primeras páginas de este libro se anunciaba que el novel escritor tenía en preparación los siguientes títulos: El castillo interior y La torre ebúrnea.
En 1915 publicó El nardo del ánfora, poemario que tuvo una segunda edición en 1926. El título de resonancias bíblicas remite al episodio que se desarrolla en la casa de Simón el leproso cuando una devota rompe el cuello del ánfora de nardo para perfumar más los pies de Jesús y así magnificar el homenaje.
Apenas dos años después, en 1917 dio a conocer El castillo interior, libro que según el autor fue una respuesta a la crisis religiosa que vivió. Algunos de sus poemas recuerdan a los místicos españoles.
Isabel Sesto, biógrafa de Oribe, afirma que Alucinaciones de belleza, El nardo del ánfora y El castillo interior son libros marcados por el amor verdadero y el oficial, esto estaría consignado en La espuma de la eternidad, libro inédito en el que Oribe da cuenta de la importancia que las mujeres tuvieron en su vida y en su obra.
MÉDICO Y POETA
En 1919 Emilio Oribe culminó sus estudios en Medicina, este acontecimiento lo puso en la incómoda situación de dejar de ser un estudiante y comenzar a ejercer una profesión que no lo seducía. En Poética y plástica I podemos leer:
Mi vocación poética apareció en combinación con un certero amor por la Arquitectura. Varias veces intenté especializarme solamente en esa dirección, pero las erizadas avispas de las matemáticas superiores detuvieron mi entrada. Es cierto que, como todos los deseos de la adolescencia, el deseo de ser arquitecto se manifestaba en mí bajo formas poéticas: imágenes de lejanas catedrales o parthenones literarios (p. 114).
Ese mismo año publicó El halconero astral, libro que contó con mayor hondura expresiva y simbólica, un claro ejemplo de ello es el poema que le da título al libro:
El halconero astral
El hombre que soltaba las elásticas hondas
con actitudes graves,
y hendía los espacios con las piedras redondas
y ensangrentó mil veces el plumón de las aves.
Dueño del horizonte,
cazador de fieras y garzas de las lagunas,
abandonó una noche su arco sobre un monte
y así creose el duro creciente de las lunas.
Buscó asilo en los torreones
de su casa, abrió un foso en el umbral
y adiestró tantas nubes de halcones,
que al volar ocultaban la rueda zodiacal.
Ensayaron los vuelos más profundos
las aves y trajeron un astro prisionero.
Desde entonces el hombre ya no fue de estos mundos.
Ya de los astros era el halconero.
Este halconero astral
era carne de bronce y espíritu ancestral.
La casa en que vivía,
estaba en el riñón de la montaña
sombría.
El héroe orgulloso
tenía un agudo mirar.
No era el solo habitante de su hogar:
dóciles a su puño generoso,
volvían gerifaltes a millares.
Halcones amaestrados, de miradas febeas,
que iban hasta los astros por collares
o preseas.
Así es que el halconero,
miles de piedras celestes,
guardó en urnas preciosas.
Las luces que emanaban de su alhajero,
¡Oh, qué maravillosas!
Juntando las estrellas como avaro,
estuvo muchos años en olvido.
Las gavillas doradas, que en las constelaciones
espigaban los halcones,
como ramas para el nido.
Un día, el halconero,
llamó a los hombres
y les mostró el recóndito alhajero.
Cuando Ellos se fueron,
los halcones dijéronse los unos a los otros:
— Estos, tienen los ojos más duros que nosotros!
Los hombres, entre tanto,
decidieron matar al halconero,
y así lo realizaron
en un amanecer ventoso y fiero.
Robaron la riqueza
de joyas tan guardadas!
Vaciaron los tesoros de las urnas violadas.
Luz de sus propias almas!
La luz de la Belleza!
Las aves se quedaron aterradas!
Antes de irse,
dijeron los ladrones:
— ¡Coloquemos el corazón de nuestro hermano
sobre estos grandes murallones,
a ver si lo devoran los halcones!
Pero las aves nunca mancillaron
el corazón divino.
Llenas de angustia hacia el azul volaron.
Se ignora cual ha sido su destino.
Yo las oigo en bandada
volar. El corazón del héroe elevan
en los picos y garras.
Oh, tesoro, el más puro!
Se lo llevan
por la noche estrellada.
¿Reconocéis al halconero astral?
Sus hermanos lo hirieron sin perdón.
Las bellas aves, las profundas aves,
reintegraron en Dios su corazón!
El halconero astral recibió elogios de varias personalidades de la cultura, así lo atestigua la correspondencia de Oribe. Mencionamos algunos de los interlocutores: los poetas Juana de Ibarbourou (s/f), Enrique Banchs (7.IX.1919), el también poeta y director de la revista Tabaré, Julio Raúl Mendilaharsu (28.IX.1919) y Luis Gil Salguero (s/f).
La recepción de este poemario se prolongó en el tiempo y es así que Jaime Torres Bodet, desde Madrid, le escribió a Oribe el 19.IX.1930 para hablar de La transfiguración del cuerpo y aprovechó para dar cuenta de la grata lectura de los libros anteriores, entre ellos El halconero astral. Francisco Romero, el filósofo argentino, en carta fechada el 28.VIII.1938 escribió elogiosamente sobre el libro. La serie culmina con la correspondencia de Juan Zorrilla de San Martín el 14.VIII.1949.
En 1919 Oribe inició sus lecturas de Henri Bergson y William James, influencias que poco a poco se dejaron notar en su obra y en su concepción estética. Tanto la correspondencia como las fotografías revelan la amplia red de amistades y vínculos artísticos que desde joven supo cultivar. En la década del veinte se lo encuentra junto a Silva Valdés, Parra del Riego, Pereda Valdés y los vanguardistas Isaac del Vando Villar y Paul Fort, «Príncipe de los poetas».
El escritor Enrique Amorim filmó a lo largo de su vida a muchos artistas que quedaron retratados en la Galería de escritores y artistas de 1928 a 1959, aquí reproducimos el fragmento dedicado a Emilio Oribe.
EL LIBRO DE MARUJA
En mayo de 1920, Emilio Oribe y María del Socorro González Villegas se casaron. La luna de miel de la joven pareja transcurrió en París y durante 1921 y 1922 recorrieron otros destinos como España, Italia, Bélgica e Inglaterra.
Nuevamente vida y poesía se dan la mano. En 1922 se conoció la publicación El nunca usado mar, libro inspirado en Maruja y a ella dedicado. El poemario se organiza en cuatro partes: «El libro de Maruja», «La gracia del aire y del mar, «El niño desnudo» y «Oda heroica al viento de las pampas». La segunda edición (1928) incorporó al inicio una nueva sección ocupada por un extenso poema que le da nombre, «Cántico religioso de amor». Juana de Ibarbourou en carta que escribe a Oribe el 15.II.1921 expresa: «El cántico religioso de amor es, posiblemente, el más alto canto de amor que se haya escrito en nuestro continente. Hay exaltación y misticismo a la vez. Todo en él es bello, y delicado e inteligente». La primera edición abría con el siguiente soneto:
Ella
Serenidad hay en su vasta frente,
donde la luz del ópalo perdura.
Serenidad altiva es su escultura,
su mirar serenísimo es valiente.
Serénase el instinto si presiente
el eco de su voz serena y pura,
y es la serenidad de su hermosura,
serenidad de luna en clara fuente.
¡Cuán serena la línea de su cuello!
Y la luz de sus manos, ¡qué serena!
¡Oh, la serenidad de su cabello!
Ah, yo que oculto un corazón herido,
que por no estar sereno me da pena,
serenidad, serenidad te pido!
LA NATURALEZA DE AMÉRICA
En 1924 Oribe aceptó un puesto como médico en un hospital psiquiátrico a las afueras de San José y permaneció en ese departamento por dos años. En «Confesiones del poeta Emilio Oribe», entrevistado por Juan Carlos Alles para Mundo Uruguayo, 23.XI.1933, el escritor recordó este período como una etapa de silencio y soledad.
Durante su estancia en San José comenzó su labor docente en Enseñanza Secundaria como profesor de Filosofía y escribió uno de los libros que cosechó mayores elogios, La colina del pájaro rojo, publicado en 1925.
Si los motivos de la naturaleza ya habían estado presentes en la poesía de Oribe con La colina del pájaro rojo su presencia gana en grandiosidad y delicadeza. La ambición es captar el paisaje americano con un lenguaje que trasciende la mera descripción. A propósito de este poemario Zum Felde anota en el Proceso intelectual del Uruguay:
Cabría decir que es el suyo un nativismo indirecto; resulta de las circunstancias de su vida; el motivo de su poesía no son las cosas mismas, sino sus estados de alma, las sugerencias interiores; una constante inquietud espiritual va convirtiendo las cosas en signos de una idealidad metafísica (pp. 137-138).
Juana de Ibarbourou, amiga de Emilio Oribe desde la infancia, le escribe una carta en julio de 1925 para elogiar la belleza y el americanismo del poemario en estos términos:
Y paso, uno a uno los poemas que integran el libro, y me digo que esta «Colina del Pájaro Rojo» es todo un acontecimiento en la poesía americana. Que potencia vital, que cosa fresca y alta y grande hay en estos versos, tan limpios de Europa y de Oriente, tan de las tierras nuevas donde la raza tiene una raíz cobriza por la que circulan los zumos mas libres y mas vírgenes.
En el fragmento citado se puede apreciar cierta consonancia entre el juicio de la poeta y del crítico, al tiempo que se celebra la exaltación de la renovadora poesía nativista que desplazaba tanto al modernismo como al criollismo.
El pájaro rojo
Pájaro tropical,
tenue como una llamita frágil,
que ebrio de luz estival,
cantas — ¿una canción ? — y ágil
huyes hacia el oscuro matorral.
iTú, que cortas mi viaje,
con qué alegría súbita conversas,
en la fiesta del sol y en el paisaje
como un montón de chispas te dispersas!
Me recuerdas? ¿No vistes este modo
de asombro, este andar por los desiertos,
con la honda en los brazos bien abiertos,
allá en la estancia de los padres muertos?
Pobres! Qué lejos todo!
Oh, tiempos transcurridos...
Y cuantos seres idos,..
Hoy, bello, ardiente, audaz, te he vuelto a ver
— Qué grande la sequía!
Los ganados
buscaban agua. Tú, ibas a encender
con tu cuerpo de llamas los sembrados,
las parvas
grité: — qué vas a hacer?
La cosecha! [...]
En 1927, Emilio Oribe retornó a Montevideo y forjó su lugar en el mundo de la enseñanza, dado que dictó clases de Filosofía y de Literatura en Secundaria y Preparatorios, además de Filosofía del Arte en Facultad de Arquitectura y de Estética en Facultad de Humanidades. Al año siguiente se incorporó al Consejo de Educación Primaria en el que se desempeñó en los períodos 1928-1933 y 1943-1948. El cese de su cargo en el año 1933 se debió a la dictadura de Gabriel Terra, régimen que Oribe repudió.
POESÍA FILOSÓFICA
Oribe inauguró la década del treinta con la publicación de La transfiguración del cuerpo (1930), luego alternó entre publicaciones en verso y en prosa, en las que inició una reflexión sobre la estética y sobre su arte poética.
En este mismo período comenzó a publicar los Cuadernos Nous de poesía con los siguientes títulos: Avión de sueños (1933), El rosal y la esfera (1935), Los altos mitos (1935), La serpiente y el tiempo (1936), La luz defendida (1939), La lámpara que anda (1940), Fugacidad es grandeza (1941), Canto a las pequeñas piedras de los ríos (1942), Poesía eterna (1942), Canto a la gloria del cielo de Atlántida (1942), Palabra es tiniebla (1945), La salamandra (1948), El único y otros poemas (1949), El ídolo de nadie (1949), La Medusa de Oxford (1949) y Las serpientes eternas (1958).
Los Cuadernos Nous supusieron una modificación radical en la forma de publicar de Oribe. Cambió los volúmenes extensos, organizados en varias secciones, por publicaciones pequeñas, a menudo un poema largo y en tiradas de 100 ejemplares numeradas por el autor. Esta modalidad la utilizó en las siguientes décadas y espació la publicación en formato libro, en los que recogió luego algunos de estos poemas. Es el caso de Los altos mitos, El rosal y la esfera y Avión de sueños que integraron El canto del cuadrante (1938).
En la colección Emilio Oribe del Archivo Literario se conserva un impreso de Los altos mitos, tomado de El canto del cuadrante, con intervenciones manuscritas del autor que indican los nombres de las partes del poema. Adjuntas al impreso hay una serie de folios manuscritos, que aquí se reproduce, en los que Oribe registra apuntes sobre sus poemas y narra el origen de Los altos mitos, poema que se desarrolla a modo de diálogo entre dos tesis sobre el cielo estrellado inclinándose por una postura idealista. El puntapié para esta creación según su autor es el siguiente:
El origen de este poema está en una meditación escrita en 1925, que fue incluida en una obra Poética y Plástica. Dice así:
«Chesterton se dedica a atacar a los supremos cultivadores del egoísmo, los máximos creyentes en su propio yo», que andan, cazadores del super hombre, buscándolo en los espejos». Pero el más feroz cultivador del yo que he conocido era una persona muy amiga mía que, embriagada de solipsismo y habiendo partido del idealismo de Berkeley, llegó a negarme la existencia de las estrellas. […]
Estos manuscritos son valiosos para comprender el proceso de creación poética y su relación con otros poemas propios, como también con sus ensayos de corte filosófico. Un ejemplo de lo anterior son los siguientes apuntes:
El conocimiento considerado como abstracción del objeto, a través de lo conocido = (Poemas «La Serpiente y el Tiempo») y «La Lámpara que anda» El conocimiento, como incendio de un algo, que al fin se nos da como ceniza en la conciencia.
Teoría poética de que los astros son altos mitos, derivados de la mente. Son tan sólo imágenes nuestras, objetivadas = (Poema «Los altos mitos)
-Idea teúrgica sostenida en Teoría del Nous
Los títulos de estos libros dejan ver que Emilio Oribe ha encontrado su voz y que su interés por el pensamiento filosófico cada vez se acentúa más, dando como resultado la producción de poesía filosófica.
En la rica correspondencia que se conserva en la colección, encontramos que ya el filósofo argentino Francisco Romero el 30.IX.1935 destacó esta veta en los siguientes términos: «En usted, como ya le dije, poesía y pensamiento se unifican admirablemente». Este comentario era reflejo de su impresión luego de leer El rosal y la esfera.
Otro de sus correspondientes era el boliviano Bernardo Blanco-González del diario La Razón de La Paz que el 1.XI.1948 escribe:
Sabe usted, Profesor Oribe, el interés que sus composiciones despiertan aquí. Puedo asegurarle que «La Salamandra» despertó una honda simpatía y dió motivo a comentarios entre la gente de letras de aquí. Con «Lo Humano y lo Eterno», el caso vuelve a repetirse. En poesía, Bolivia se encuentra en una encrucijada de varios caminos. Cuenta aún con poetas, ya de cierta edad, de modalidades «siglo de oro español» (Abel Alarcón). Con poetas de lo regional (Reynolds). Con poetas de vanguardia política y literaria (los jóvenes de Gesta Bárbara). Poetas rilkianos y del surrealismo (los Viscarra Fabre, Humerto y Guillermo). Pero ignora una poesía en la que el pensamiento se una armoniosamente con la forma. Esto es lo que usted les descubre y les enseña. Muchas gracias en su nombre.
La elección de Oribe por la poesía filosófica lo convierte en un rara avis en el panorama latinoamericano. En Uruguay el antecedente era María Eugenia Vaz Ferreira y esa afinidad explica que en 1959, Oribe haya prologado y preparado la edición de La otra isla de los cánticos. En el vasto material del archivo del autor se encuentran varios textos, algunos destinados para las páginas literarias de la prensa como «La poesía filosófica de Julio Herrera y Reissig», otros son borradores para disertaciones, como también apuntes de sus reflexiones sobre la poesía filosófica. Estos escritos, al tiempo que hablan de su mirada sobre el tema y sobre la poesía de otros autores, dan cuenta de la práctica lectora y creativa del poeta. Aquí reproducimos en forma completa varios de ellos.
Los años cuarenta fueron importantes para Oribe puesto que su actividad lo consolidó como un intelectual de relevancia.
En 1942 realizó un viaje a los Estados Unidos invitado por el Departamento de Estado y su itinerario abarcó desde Nueva York hasta San Francisco. Durante este viaje dictó conferencias en las universidades de Yale y de Berkeley. Ese mismo año conoció a Juan Ramón Jiménez con quien se reencontrará años más tarde en Montevideo.
El 10 de febrero de 1943 se creó por decreto la Academia Nacional de Letras que Oribe integró desde ese momento como Miembro de Número.
En 1944 publicó su primera antología general bajo el título Poesía, al tiempo que ampliaba su obra en los Cuadernos Nous.
Dos años más tarde, se fundó la Facultad de Humanidades y Ciencias de la que Emilio Oribe integró el primer Consejo presidido nada menos que por Carlos Vaz Ferreira. Viajó a Chile y dictó una conferencia en la Universidad de Santiago y en el Senado de la República fue presentado por Pablo Neruda. Publicó en Buenos Aires La lámpara que anda; sobre este libro y sobre La luz defendida se conoce, gracias a un manuscrito conservado en su archivo, que varios de los poemas fueron inspirados por Martha Gómez, una joven estudiante de Emilio Oribe.
En 1949 viajó a Inglaterra comisionado por el gobierno uruguayo, allí surgió el poema «La Medusa de Oxford», luego se trasladó a París y asistió a cursos de filosofía dictados por Louis Lavelle.
Al año siguiente, publicó La Medusa de Oxford en edición bilingüe y el poema dramático “Artigas y el astro”, de este último la BBC adquirió los derechos de traducción y publicación al inglés. A estas publicaciones les siguieron: Rapsodia bárbara en 1953, La inteligencia y la fuente en 1954 y Las serpientes eternas en 1958.
En la siguiente década, Oribe mantuvo el ritmo editorial, es así que vieron la luz: Ars magna en 1960, luego la serie Diez poemas I en 1963, Diez poemas II en 1964 y Diez poemas III en 1968. A modo de homenaje por el cincuentenario de Las letanías extrañas, en 1965, la Universidad de la República publicó Antología poética con selección realizada por el autor y prólogo de Arturo Sergio Visca. Al año siguiente dio a conocer El taciturno y la noche, libro de carácter antológico.
Cierra la década con Rapsodia pindárica Leandro Gómez en 1969, según explica el autor en la nota introductoria habría comenzado la escritura del poema en 1965 con motivo del centenario de la caída de Paysandú. El verso inicial tendría su origen en una escena de infancia, dice el poeta:
Guardo siempre el claro recuerdo fragmentario de una alabanza o narración cantada sobre la muerte de Leandro Gómez. Se remonta hasta los primeros años de mi vida. En la estancia vieja de los Coronel, situada en Tacuarí, Cerro Largo oí de labios de mi madre estos versos que ella me cantaba entre otros episodios de nuestras guerras civiles:
«Leandro Gómez murió
con la espada en la mano»
En 1971 culmina su producción con Endiosamiento del instante y el último volumen de Diez poemas.